Page 337 - La dimensión internacional del Gran Mariscal de Ayacucho
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             contaban con un poderoso apoyo, acusó al gobierno de todo tipo
             de maldades, criticó acerbamente la Constitución y al Presidente y
             le pidió a la multitud que lo acompañara para ponerle fin al gobier-
             no extranjero.

               Gracias a esa incitación, la simpatía popular se puso de parte de
             los rebeldes; y las tropas, animadas por las deslumbrantes perspec-
             tivas de triunfo, se atrevieron a poner un guardia ante la puerta del
             dormitorio de Sucre. Pero el infeliz guardia no estuvo allí mucho
             tiempo, pues Sucre, enfurecido, hizo que el aterrorizado soldado
             saliera corriendo al arrojarle un frasco de medicina. Las damas de
             Chuquisaca ocuparon su sitio, dedicándose a vigilar y a cuidar de
             su Presidente herido.
               Con el fin de restaurar el orden, el gabinete trató de persuadir a
             los amotinados de que regresaran a sus deberes, ofreciéndoles el per-
             dón si aceptaban; pero los soldados, completamente fuera de todo
             control, rechazaron el pedido. Sin embargo, se enviaron mensajes
             de ayuda a los prefectos y a los comandantes militares de fuera de
             la capital; pero Sucre no se mostró dispuesto a cooperar en esa ma-
             niobra. Cuando se le preguntó si las tropas colombianas de La Paz
             debían ir a la capital, respondió que no que las tropas colombianas
             no estaban allá para proteger su persona sino para preservar la inde-
             pendencia del país y restaurar el orden cuando todo el país estuviese
             alborotado. Se trataba entonces de un asunto interno y sólo se de-
             bían usar tropas bolivianas. El prefecto de Potosí reunió todos los
             hombres que pudo y se dirigió inmediatamente hacia Chuquisaca,
             aumentando su fuerza por medio de voluntarios que fue recogien-
             do a lo largo del camino.
               Las tropas rebeldes empezaron a pensar principalmente en su
             propia seguridad y decidieron que la prudencia exigía que llevaran
             a Sucre al cuartel en condición de rehén; pero, cuando el Mariscal
             supo eso, les contestó lleno de indignación que lo podían matar
             en el palacio, pero que no consentiría que lo llevaran al cuartel. La
             firmeza de su negativa calmó a los rebeldes durante cierto tiempo,
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