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de valores dados en la tradición, la educación es también instru-
mento eficaz para promover el progreso. En aquellos pueblos
donde la tradición es ancla para detener la marcha, la educación
suele tener sentido perennista, pero en aquellos donde el impulso
del progreso predomina, la educación hincha las velas para acele-
rar la marcha.
En América Latina sería preciso que el proceso educativo, sin
dejar de considerar los valores positivos de nuestra tradición, ace-
lere la marcha, soltando las anclas que nos detienen en un pasado de
ineficacia y atraso que compromete nuestro futuro. A este efecto
dirá Spranger
es necesario que se haga efectivo lo mejor de la tradición, lo que no
dependa de la época. Mas a aquellos que quieran sobrecargar la bolsa
escolar de la tradición, tenemos que recordarles aquello de: non scho-
lae, sed vitae discimus (no para la escuela, sino para la vida educa-
mos). Encontrar el justo medio es la difícil tarea del educador refle-
xivo y responsable.
Nuestra educación, por imperativos sociales debe ser progresi-
va, entendido el término en el sentido de una educación para la for-
mación del hombre integral en su postura de miembro de una
comunidad, del ciudadano libre y responsable con el desarrollo
económico social, capaz de influir en una mejor y más grande pro-
ducción, no para aprovechamiento de unos pocos sino para mayor
beneficio social. La formación del productor hábil y del consumi-
dor previsivo es objeto de la educación en los pueblos sobre el
camino del desarrollo. En esa forma la educación sirve a los fines
del mejoramiento individual y social. Pone al hombre en condicio-
nes de servirse sirviendo a los demás.
La educación en América Latina ha vivido de prestado. De las
naciones colonizadoras tomó los principios y las formas del queha-
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