Page 544 - De Angostura a Colombia EL COMBATE POR LA LIBERTAD Y UNA MAGNA REPÚBLICA EN 1819
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542 Valmore Carrero
Su generosidad rayaba en lo pródigo. No solo daba cuanto
tenía suyo, sino que se endeudaba para servir a los demás. Pró-
digo con lo propio, era casi mezquino con los caudales públicos.
Pudo alguna vez dar oídos a las lisonjas, pero le indignaba la
adulancia.
Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la conversación
y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada. Su estilo era
florido y correcto; sus discursos y sus escritos están llenos de
imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelo de
elocuencia militar. En sus despachos lucen, a la par de la galanu-
ra del estilo, la claridad y la precisión. En las órdenes que comu-
nicaba a sus tenientes no olvidaba ni los detalles más triviales:
todo lo calculaba, todo lo preveía. Tenía el don de la persuasión
y sabía inspirar en los demás. A estas cualidades se deben, en
gran parte, los grandes triunfos que obtuvo en circunstancias
tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de
alma se habría desalentado. Genio creador por excelencia, saca-
ba recursos de la nada. Grande siempre, éralo en mayor grado en
la adversidad. “Bolívar derrotado era más temible que vencedor”
decían sus enemigos. Los reveses le hacían superior a sí mismo.
En el despacho de los negocios civiles, que nunca descuidó, ni
aún en campaña, era tan hábil y tan listo, como en los demás
actos de su vida. Meciéndose en la hamaca o pasándose, las más
veces a largos pasos, pues su natural inquietud no se avenía con
el reposo; con los brazos cruzados, o asido el cuello de la casaca
con la mano izquierda y el índice de la derecha sobre el labio
superior, oía a su secretario leer la correspondencia oficial y el
sinnúmero de memoriales y cartas particulares que le dirigían.
A medida que leía el secretario iba el dictando su resolución a
los memoriales, y esta resolución era, por lo general, irrevocable.
Dictaba, luego, y hasta a tres amanuenses a la vez, los despachos
oficiales y las cartas; pues nunca dejaba aun sin contestar, por
humilde que fuese el que le escribía. Aunque se le interrumpiese