Page 377 - Todo César: Panorama de vida y obra
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376  El diente que le faltaba al peine



                                                                                     Rápidamente, y como siempre, la casa se convirtió en un hervidero de gente
                                                                                   que iba a conversar con él. Esta vez eran estudiantes. Para entonces hubo la
                                                                                   campaña electoral que ganó Acción Democrática, y recuerdo que los candida-
                                                                                   tos pasaban por el frente de la casa, Rómulo a pie, seguido de un mar de gente,
                                                                                   Caldera en un descapotable, también seguido por mucha gente. Y fue también
                                                                                   en ese tiempo la asonada de Castro León. Y la casa se llenó también de gente que
                                                                                   iba por directrices. Muchos llegaban armados. Y Flérida y yo solo éramos testi-
                                                                                   gos de excepción. Mamá entonces era docente en el Liceo Libertador.
                                                                                     Habíamos dejado en la casita del Prado a Pompeyo Márquez y a su familia,
                                                                                   recién llegados de su exilio en México, que esperaban a su vez recuperar la casita
                                                                                   que tenían en Los Castaños, muy cerca de nosotros. En año y medio papá logró
                                                                                   hacer muchas cosas en Mérida, pero no resistió un trabajo que le impedía la
                                                                                   creación. No había tiempo para pintar y mucho menos para escribir, así que
                                                                                   habló con Perucho e hizo que se trajera para sustituirlo a Rhazés Hernández, y
                                                                                   la familia volvió a la casita del Prado.
                                                                                     Papá escribía su teatro en una maquinita Smith-Corona de maletica, gris, con
                                                                                   dos dedos. Cuando escuchábamos el tableteo nervioso y sin pausa de la máquina,
                       En Mérida. Cortesía de la Familia Rengifo.                  sabíamos que no podíamos ni siquiera pisar duro al pasar por el cuarto, porque
                                                                                   allí sí se desataban las furias. Porque él nunca fue una persona triste, pero era
               En el 58, nos residenciamos en Mérida. Gonzalo Rincón pidió a papá que  neurasténico. Y más aún cuando escribía. Cuando pintaba no, esa actividad lo
            acompañara  a  Perucho  en  su  primera  gestión  de  Rector,  como  director  de  relajaba. Además conversaba mucho cuando pintaba, pero al escribir, era otra
            Cultura de la Universidad de Los Andes. Papá alquiló una casa a media cuadra  cosa: estaba creando personajes y situaciones. Cada obra era un parto, y cuando
            de la Plaza de Milla, en la calle Lora. Quinta Rosaleda, se llamaba, y allí nos  terminaba, de inmediato llamaba a mi mamá y le leía lo escrito de cabo a rabo
            mudamos. Mérida –donde había vivido en su veintena, terminándose de curar  para que ella diera su opinión. Siempre, hasta el final, cuando escribía, lo hacía
            una de sus infecciones pulmonares– ejercía cierta influencia sobre él.   solo, en su cuarto, encerrado con la maquinita de marras, dejando volar los
               Por ejemplo, cuando yo hacía mi primaria en la GC, estando en tercer grado,  dedos –los dos índices– sobre el teclado.
            organizó  la  escuela  las  clases  de  catecismo  para  que  los  grupos  hicieran  la   Desde mi punto de vista, mamá fue siempre la racionalidad que lo hacía pisar
            primera comunión. Papá, que se declaraba ateo, no permitió que yo asistiera  tierra cuando lo superaban los sueños, y él lo decía: “Sin Ángela, con otra mujer,
            a esas clases. Salíamos las dos del catecismo: Heidi, la hija del doctor Acosta  no hubiera realizado las cosas que hice”. Pero la relación era problemática. Ella
            Saignes, y yo, y nos sentíamos bastante mal, porque los compañeritos nos mira-  lo admiró siempre y él la quiso con ternura, pero a su manera, y ella lo resentía.
            ban como bichos raros y estábamos apenas en tercer grado. Cuando llegamos a  Sin embargo, nunca se separaron, y cuando murió, fue mamá quien se ocupó de
            Mérida, durante el primer año, hubo una visita de la Virgen de Coromoto a las  recoger, ordenar y buscar a las personas que organizaran la edición de su obra
            iglesias de la ciudad, y la llevaron a la iglesia de Milla. Flérida estudiaba el cuarto  por parte de la ULA. Es sobre esa base que Fundarte, en los tiempos actuales, ha
            grado en el Grupo Escolar que está allí mismo, sobre la plaza, y fue elegida en la  reeditado el teatro y recientemente los ensayos de papá. También se ocupó de
            comisión que llevaría flores a la Virgen y le haría los honores. Llegó emocionada  levantar un pequeño censo de sus cuadros y sus dueños, pero esa tarea es más
            a la casa echando el cuento y, a ella, papá la dejó.                   complicada y dura, y nunca la terminó.
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