Page 375 - Todo César: Panorama de vida y obra
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374  El diente que le faltaba al peine



            fantástico.  Pero  algunos  domingos,  no  sé  con  qué  frecuencia,  papá  hacía  el  primero, y cuando logró levantarse se fue casi a rastras hasta el cuarto de papá
            mercado.                                                               y ya no se movió de allí más que para comer y descomer, hasta que papá logró
               En un solar encementado, cerca de la iglesia de María Auxiliadora, en la calle  recuperarse y volver a sus actividades normales.
            Real de Prado de María, estaba el mercado libre adonde yo lo acompañaba a   No había televisión entonces, y los programas radiales que podíamos escu-
            la compra. Atravesábamos “la sabana”, es decir, lo que quedaba de la hacienda  char  papá  los  controlaba.  Pero  los  domingos,  impepinablemente,  a  las  once
            que luego se convirtió en el Grupo Escolar Gran Colombia, la prolongación de  de la mañana, nos sentaba a las dos a escuchar un programa de música clásica
            la avenida Roosevelt, y Sánchez & Compañía. De ida, me iba contando sobre los  que transmitía la Radio Nacional ¡Claro que nos fastidiaba! Pero luego apren-
            árboles que poblaban el espacio, y a veces me daba a probar la savia dulce de  dimos a apreciar lo que escuchábamos y a reconocer autores y melodías. Y así
            alguno de ellos. Me mostraba los pájaros y decía sus nombres, pero yo tendría  como mamá cada noche nos leía un cuento o un capítulo de libro interesante
            cinco años y estaba impaciente por llegar al lugar maravilloso donde papá me  (¡recuerdo  que  Alicia  en  el  país  de  las  maravillas  se  nos  hizo  interminable!),
            compraría una sombrillita china o un abanico o un muñequito que al apretarlo  papá nos recitaba poesías. Le regaló a Flérida un libro –que todavía “vive”– con
            sacaba la lengua, ¡porque nunca regresaba a casa con las manos vacías!  poesías latinoamericanas para niños y ella se aprendió uno larguísimo, dedi-
               Un día llegó a casa con una bolsita misteriosa. Adentro, estaba un cachorrito  cado al presidente argentino Rivadavia, que papá le exigía recitar completo ante
            hermoso, blanco y crema, al que llamamos Papelito. Fue el primer perro que  cada uno de sus amigos. Yo aprendí el poema “Margarita, está linda la mar…”,
            tuvo la familia. Sus sorpresas eran así. A veces traía cuadernos asombrosos en  de Rubén Darío, y llegué a recitarlo en la escuela, pero decía que era de mi papá.
            los que al pasar por las láminas un pincel humedecido iban brotando los colo-  ¡Total, él me lo había enseñado!
            res. ¡Magia pura, para mi hermana tan pequeña y para mí!                 La casita del Prado era como una escuela. Desfilaba la gente a hablar con
               Estuvo pintando en el comedor de la casa, o en su cuarto, hasta que con el  papá a toda hora. Y cuando llegaban las horas de comida, él invitaba: “¡Quédate,
            dinero de uno de los premios que ganó pudo construir en el patio lo que fue  Fulano, acompáñanos! ¡La comida no es muy buena, pero el ambiente es agra-
            su primer estudio. Para hacer esa construcción (un cuarto amplio con enormes  dable!”, y a veces, literalmente, ponía a mi mamá a parir. Pero es que en la casa,
            ventanales orientados “al norte”) tuvo que sacrificar el mango. Y sufrió por ello. la palabra solidaridad, como dice mi hija Francesca, nunca fue un sustantivo,
               Cuando Papelito murió (lo envenenaron en una de esas campañas sanitarias  sino un verbo activo y permanente.
            contra la rabia que se hacían entonces) vinieron otros perros. El primero fue   En esa casa, durante la dictadura de Pérez Jiménez se reunía la gente a conspi-
            El Negro. De esos güines marrones y negros con manchitas sobre los ojos, tan  rar. Entonces papá nos sentaba a Flérida y a mí en el sofá de la sala cuya ventana
            comunes aquí. Era un perro gregario al que le gustaba recibir las visitas y estar  principal daba hacia la calle. Nuestra casa estaba en desnivel con esa calle, pero
            en todas las cosas importantes de la familia. Por entonces papá comenzó a reali-  desde la sala podíamos ver los carros que pasaban. Nuestras órdenes eran que
            zar el mural de Amalivaca para el Centro Simón Bolívar, y en pleno proceso de  cuando pasara la camioneta de la Seguridad Nacional –que pasaba al menos
            dibujar las plantillas para armar el rompecabezas de colores que era el desarro-  tres veces durante el día–, colocáramos una macetica, con no recuerdo que tipo
            llo de cada figura, se enfermó de tifus. ¡Porque era una trampa de coger enfer-  de planta, en el pretil de la ventana. Si alguno de los conspiradores venía y veía
            medades! Todos los que habían estado en contacto con él fuimos vacunados y  la matica, seguía de largo: ¡no era seguro entrar!
            la casa estaba prácticamente en cuarentena. Y entonces, también se enfermó El   ¡Era una manzana de conspiradores! Detrás de nosotros, por el corral, colin-
            Negro. Con una de esas pestes que suelen sufrir los perros que les impiden cami-  dábamos con “las Rodríguez”, hermanas o hijas de Valmore Rodríguez. Al lado
            nar. Lo vio un veterinario amigo y ordenó colocarle una serie de inyecciones,  vivía Juancho Fernández, periodista adeco a quien la Seguridad Nacional apresó
            pero en la familia solo papá sabía hacerlo. Y cada día alzábamos al perro y lo  junto con su esposa, por haber escondido a otro adeco connotado que después
            llevábamos al cuarto de papá donde ya tenía hervida y preparada la inyectadora  fue ministro de Rómulo Betancourt. Del otro lado vivían los Pérez Giulietta.
            (¡no había desechables entonces!) y le colocaba la inyección. El perro se curó  Allí se hospedó el Flaco Prada cuando comenzó a estudiar en la UCV. Más allá
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