Page 130 - Soy tu voz en el viento
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las Piedras
Lo que cuenta el poeta a las piedras
está lleno de eternidad.
León FeLipe
Estas piedras que ruedan a lo largo del río,
las que van tumultuosas, guijarros volanderos,
las canteras que apuñan sus metales,
las fulgurantes gemas de miríficas formas y colores
son de la misma esencia de la sangre y los huesos,
parte de ellas forma la materia de células,
de tejidos, de órganos: corazón y cerebro,
pulmones, vientre, carne y todo cuanto vive en el ser que llevamos.
Somos piedra también que pulula y se gasta,
se calienta en el día y se enfría con la noche
y no se desintegra sino cuando concentra
el fuego llama viva sobre la lisa costra.
La piedra es insensible si es puro mineral en la cantera:
la cal de la caliza, el hierro de la mina,
la sal en gema pura sumergida,
el azufre, el yodo, fósforo del incendio,
la minería toda que corre por las venas,
pero ella se trasmuta en carne viva
y vive con nosotros y con nosotros rueda
en la sensible forma de esta vida que duele.
La piedra se disuelve en polvo o lava
si el fuego la calcina,
sus átomos se hinchan y revientan,
el calor en la piedra es muerte que rechina
si el soplete le lanza su chorro destructor de llama ardiente,
si en el horno se cuece la cristalina forma
o si el ácido pone su tornillo encendido
sobre la dura piel que cede y se deshace.
El hombre no precisa el fuego concentrado,
es más bien el calor desvanecido,
el frío que penetra en la fibra más honda,
que llega hasta los huesos
lo que transfigura en polvo su erguida humanidad
y sangre y carne y huesos
devuelven a la piedra sus minerales dones,
el polvo vuelve al polvo y la piedra insensible
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