Page 133 - Soy tu voz en el viento
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no humedece los labios
resecos y agrietados.
La sed, la sed, nos consume la vida.
Atravesamos un desierto con sus cálidos vientos,
oímos sus bramidos,
sentimos sus arenas cubriéndonos el cuerpo,
y a lo lejos, distante,
sonidos de cencerros trashumantes,
un grito largo de sirena,
imágenes confusas entre sombras:
murciélagos de luto, escarabajos verdes
con garfios enarcados que amenazan;
huellas diversas señalan mil caminos:
los cansinos camellos de las caravanas,
lagartos, serpientes y leopardos hambrientos,
cuyas zarpas se hincan en el polvo,
todas las leyendas visionarias
de Las mil y una noches ocurren en tropel
para la interminable noche de los suplicios
mientras crece el calor que nos consume.
Entre la danza de zamuros agoreros,
en medio de visiones indescifrables,
un pozo refrescante en el oasis
con su samaritana que nos tiende la mano.
Regresamos del sueño terrífico
del volcán y la nieve,
del viento en el desierto:
el oasis nos brinda
sobre la frente derretida
manos tiernas que enjugan el sudor.
El cuerpo laxo y débil,
cualquier viento lo mueve como una brizna tenue.
La malaria es serpiente
que se enrosca a la presa,
le tritura los huesos
y afloja solamente
para engullir la muerte.
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