Page 144 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
acomodan la corbata, mueven la cabeza, chaf, chaf. Las
muchachas salieron del liceo, se bañaron, se cambiaron y con
el pelo húmedo y la cara fresca, sin pintura, salieron para la
heladería, nuevecitas, mirando hacia las esquinas para ver si
el pavo ya está allí. Unas viejas regresan del supermercado y
otras de la misa. La Plaza Bolívar es un carajazo de nostalgia
a plena cara. Las esquinas de la Avenida Baralt ya fueron
tomadas por las caminadoras y las otras, la competencia.
El Silencio es un mercado sin silencio, se vende desde
sacacallos hasta pistolas de alta potencia made in bélgica
y las torres y el sor sai six. . . Los desempleados, reclutas y
cebollitas caen sobre la placita Diego Ibarra. Los gallegos
leen el vespertino. De dos en dos, las secretarias caminan
calle abajo, un dos, un dos, indiferentes y coquetas, serias y
sonreídas, así son ellas. Unos malandros, recelosos y mosca,
comen pinchos con rapidez. Los limpiabotas pulen, pulen.
A la penumbra del bar entran las chicas, entregan al barman
sus carteras y piden su diario. Allá, el neón también ilumina
una enorme valla y de paso, unas pepitonas que se come un
borracho debajo del letrero que dice:
PROMOCIONES INTERNACIONALES
PRESENTA
LA PELEA POR EL TÍTULO MUNDIAL
ENTRE
0,0 Vs. 0,0
etc., la gente pasa por debajo de la valla, se detiene, lee el
aviso y opina:
—Del quinto no le pasa, es un atraco.
—Con ese punch y el asiático ese que no pega ni
estampillas, van cien.
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