Page 64 - Lectura Común
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La lectura común                                Por el ojo de la letra
                  Los loros compiten con ella en gritería, como el perico cabe-
              cinegro, el loro guaro, que parece exclamar “come-cuick, come-
              cuick” o como el jía-jía, también llamado loro cacique, de sorpren-
              dente vestido. Para admirarlo hay que viajar muy lejos hasta su casa
              guayanesa. Apenas deja de llover no para de reírse. La chenchena,
              que usa un penacho parecido al peinado de los irokeses, canta como
              si estuviera tosiendo, se señala en su hoja de vida. El habitante de
              la Cueva del Guácharo, el ave que le presta su nombre, vive en la
              tiniebla de la noche cavernaria y de la noche del mundo, emite un
              sonido que le sirve para guiarse entre los riscos. Hace algo así como
              “jaaarrooo”, seguido de un corto chillido obsesivo.
                  El martín pescador suena una matraca con su pico de puñal y
              se acompaña con sonidos que transcritos se parecen a la música
              de una punzante flauta.
                  Triste, melancólico es lo que expresa el piapoco garganti-
              blanco. Toca su tambora sobre los troncos huecos el ajetreado
              carpintero pescuecirrojo. Admirables músicos son el nictibio, a   [ 63 ]
              quien acusan de remedar al silbón, el fantasma de los llanos; el
              violinero, el silbador pájaro minero, el conoto negro, el moriche
              de los tepuyes, el turpial y el arrendajo. Pareciera que se valieran
              de instrumentos y objetos metálicos el campanero y el campanero
              herrero. Pero pocos tienen voz tan inefable como el gallito de las
              rocas, el gran pájaro ratón, la urraca negricollareja, la paraulata
              de agua y tan sorprendente como el del pájaro capuchino.
                  Para asistir a estos conciertos, los editores nos ofrecen un
              CD donde actúan los treinta y tres artistas de la música de nues-
              tros paraísos, del verde corazón de Venezuela, como tiene dicho
              Alberto Arvelo Torrealba, su compañero en poesía.
                  Yo no sé si David Ascanio y sus hijos escuchan las palabras de
              mi emoción. No es improbable que los tres se encuentren ahora
              escuchando en lo más profundo de nuestras florestas a algún vio-
              linero en las frondas de Imataca. Si así fuera, pueden estar cier-
              tos que su ausencia es menos envidiable gracias al regalo que han
              ofrecido a los niños del país, es decir, a todos nosotros.






       Lectura comun heterodox   63                                    13/4/10   12:35:20
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