Page 39 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               sus bichos en apretado embrollo de dragones, hipogrifos y uni-
               cornios tropicales.
                  Pienso en nuestra arpía criolla después de transitar la selva
               escrita de Wilfredo Machado en la novela o conjunto de rela-
               tos monotemáticos que él ha titulado Diario de la gentepájaro,
               ofrecido en atractivo diseño por el sello de El Perro y la Rana del
               Ministerio del Poder Popular para la Cultura, casi en el crepús-
               culo del año 2008. Selva, dije, porque tan pronto nos internamos
               en su anécdota nos rodea un follaje continuo, la noche diurna de
               su desmesurada fronda, el vacío verde, el quejido y la ronquera
               de los saltos, y el calor y la humedad y la algarabía pajarera. No,
               aclaro, selva geográfica, no la de la cartografía realista. La de Wil-
               fredo Machado es selva alterada por la fantasía o, mejor sería, por
               lo mistérico, saldo, supongo, de la biblioteca y la imaginería grá-
               fica que consultara mientras apuntalaba la estructura narrativa
               del libro, en la que han intervenido las desaforadas ilustraciones
             [ 38 ]  de De Vrie, el dibujante del Discovery de Raleigh, y las alucinadas
               crónicas de los biógrafos de la anaconda, la araña mona, el mico
               caparro, la hormiga león y los indígenas acusados de almorzar
               carne cristiana, con algo de Hitchcock y sus pájaros apocalípti-
               cos, y con mucho del talante poético a que nos tiene habituado
               Machado las veces que elige la prosa para encantarnos con sus
               inventos prosódicos.
                  Uno columbra que nuestro amigo se ha adentrado un buen
               rato en la espesura amazoniense, que ha bogado por el Orinoco de
               más arriba, porque de allá trae harto alijo de nombres, comarcas,
               soledades y bochorno, pero en descuidada mezcolanza, poniendo
               cataratas donde transcurren ríos soñolientos o ubicando caseríos
               y poblados que distan leguas del istmo de Pimichín, el río Guai-
               nía, el Fuerte Solano en el Casiquiare, manglares sin mares que
               no hallan con qué vivir en medio de caños y cursos de aguas insí-
               pidas, porque lo que persigue Machado es la pérdida de orienta-
               ción y la sensación de no man´s land que se apodera de quien se
               aventura en el magma selvático, suspendido entre agua y cielo por






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