Page 43 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
que descubro que reencontrarse no tiene rostro conocido, que la con-
fesión de la amistad es voz muda, porque es sonora su callada ento-
nación en la memoria. Y el tiempo de esa cita es otra, no atiende a los
mandatos del viejo Cronos sino al instante, que carece de dioses y de
gobernantes del tiempo.
¿Por qué evoco hoy al poeta de Camaguán, a aquellas pupilas
verdes que contradecían la gravedad de su talante y aquella voz que
no se avenía con su estatura física? La razón de ello es Santa Pala-
bra, su libro póstumo, editado no ha mucho por el sello de El Perro
y la Rana del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Antes,
debo recorrer las páginas de Poda, la revista cultural de Oriente,
donde pensé algunas frases para homenajear al admirable amigo en
las que exaltaba sus dones líricos, su manera de labrar una lengua
preciosa y ruda, hecha con la materia del saber literario y el saber
existencial, entre la dificultad y la facilidad de comprenderla, ora
en prosa, ora en imágenes, narrada y en estrofas, siempre elocuente,
[ 42 ] poco obediente a la brevedad, a la introversión.
Su lírica —lo confirma este libro— es personalísima, sin deuda
conocida, como señala su mejor lector, Julio Miranda, en un indis-
pensable ensayo. Figura de proa del grupo Tabla Redonda, compar-
tió con Sanoja Hernández el fervor por cierto barroquismo, cierta
obediencia a la mediasombra del mensaje poético. “Severa y difícil”,
como fuera calificada la poesía de Eugenio Montale, es asimismo la
de Acosta Bello, pero sin la grisura pesimista del grande de Hueso
de Jibia, pues insistió en su descrédito privilegiando, por el contra-
rio, la desconfianza en la fatalidad a la que diera un sentido otro, con-
tradiciendo su significado, atribuyéndole virtudes de sobrevivencia,
un aspecto de monte seco a punto de verdecer, tan próximo al sen-
timiento de Tadeusz Rózewicz cuando observa que “la poesía con-
temporánea significa lucha por respirar”.
Acabo de decir que encuentro en la poética de Acosta Bello rudeza
y preciosidad en su obra. Sensualista, sensible a un sibaritismo de los
sabores y de los tejidos, y dado a un nomadismo geográfico y literario,
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