Page 44 - Lectura Común
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La lectura común                                Por el ojo de la letra

              helénico y eurocéntrico, su estética nunca abjura de la canícula ni del
              ruido de los trópicos, a los que incorpora en su poética con la misma
              intensidad que concede al refinamiento de las frases y de sus moti-
              vaciones. Hállanse en Santa Palabra condensadas aquellas obras de
              la poética acostabellista donde reconocemos la vida en su crudeza y
              su inhumanidad, de carne abierta y de peladura estival, transcrita, las
              más de las veces, en confidencia y teoría de una ética sin credo ni capi-
              lla, sola, sin orden, ni señores del poder, solitariamente sola, como el
              país inencontrable al que pertenece o del que es voz y sentido del trans-
              terrado, el enfermo, el condenado, el de la infancia de la quinina, la
              tisis, la masturbación, el del amor en “tus labios esa orilla roja/donde
              mi leche caía”. Es el mundo y la aldea, el héroe y el antihéroe, el afecto
              y la rabia, el perfume deleitoso y el olor insoportable, en resumen, el
              cuerpo y su mentira, su alma. El poema se dice a sí mismo o entabla un
              diálogo sordo con su confidente, lo señala, le advierte, lo acusa. ¿Por
              qué no atreverme a sostener que en esta poesía, en todo caso, en buena
              parte de ella, sobreviven valores nihilistas si no al estoicismo, tan caro   [ 43 ]
              al poeta contemporáneo?
                  Leemos que “nada tiene el hueso/ nada la carne,/ nada se pudre
              o se esconde en la podredumbre” y que la poesía es brasa, “tan
              pequeña, aventada/ por suspiros, mojada por lágrimas,/ entra en la
              alcoba secreta, quema, devora todo,/ vuelve a salir sin que las perso-
              nas se den cuenta,/ como una abeja se lanza al monte de cabeza,/ al
              bosque donde perduran la pequeña flor y el extravío”.
                  La insistencia en hacer de ella una propuesta moral para hombre
              moderno parece ser la evidente calidad y cualidad de Santa Palabra.
              Antes de acallar estas líneas, aspiro para Acosta Bello lo que con sus
              ojos cerrados fue ansia de su vivir y morir: “Quiero que cada poema
              derrote al poema anterior,/ o mejor,/ que combata con él hasta sal-
              varse”. Él lo sabe, siempre lo supo y en alguna parte, no sé dónde,
              donde se abisma, está cierto “que nos es permitido oler su perfume,/
              probar su carne, esperar la resurrección con los ojos cerrados”.









       Lectura comun heterodox   43                                    13/4/10   12:35:16
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