Page 357 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               tiempo y la muerte, esto es, la metafísica, la peligrosa metafísica,
               por cuya causa tanta poesía ha sucumbido a la retórica, al lugar
               común.
                  En Ese extraño animal he encontrado o reencontrado, bien
               que al desgaire, casi inadvertido, la confidencia del gran poeta
               genovés sobre lo que nunca podremos decirnos, lo que no somos,
               lo que no deseamos. Negarnos, he aquí nuestra afirmación. No ser
               en sí o ser el otro, a pesar de nosotros, podría salvarnos o al menos
               retardarnos en la tierra. Tal “nihilismo” —si nihilismo hubiera en
               poesía— frecuenta hartos momentos en este libro que ahora nace
               como objeto de lectura común y no como consumo personal.
                  Deffit observa y se observa vivir en un espacio sin paisaje, ape-
               nas urbano (porque de su geografía adivinamos no lo que vemos,
               sino sus enseres, sus hábitos cotidianos o sociales y su lengua o su
               jerga), menos dispuesto a visualizar ámbitos que a teorizar esta-
             [ 356 ] dos de conciencia en los que predominan el contravalor y la antié-
               tica como pensamiento y práctica existenciales enfrentados a la
               obediencia moral que define los hombres de aserrín de T.S. Eliot
               en Waste Land. Y es así que en cada poema de Ese extraño animal
               quien habla —ora en el monólogo, ora en el reclamo o la confe-
               sión— pareciera representar o actuar, como que su verdadero ser
               no existe en quien, dentro de él, juega el juego del contravalor y
               lo antiético: no existe del todo, porque es el poeta —o el que lo
               suscita— el que se vale de su figura ficticia —o su modelo— para
               transferir en él aquello que desautoriza u objeta cierto ideario
               humano universal aceptado desde antiguo: el bien contra el mal,
               la bondad contra la insania, el amor contra el odio, la ternura con-
               tra la crueldad, la eternidad contra la muerte.
                  Adviértese entonces la representación de esa criatura que
               repta sobre la tierra urbana sin mirar por encima de su cabeza,
               habituado a su condición terrígena y de carne, exponiéndose al
               prójimo como ante un vidrio, justificando su gusto, casi su goce,
               por lo que lo exalta o lo redime: “Lo que no somos, lo que no
               deseamos”, en una palabra, su condición maldita, de réprobo o de






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