Page 297 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
organizado desarrollo temático, cuidando compendiar la evolución
histórica del caballo desde y durante la conquista, la Colonia, las
guerras de emancipación, la fundación de la nacionalidad y nues-
tro presente. Al hacerlo, quiso diseñar el escenario memorioso que
explica el papel de actor principalísimo que juega esa criatura inse-
parable del llanero (porque todo jinete es por definición ontológica
un llanero), el mismo indio, el propio lancero, cada amansador de
bestias braveras, cualquier vaquero en el rodeo, en la calle encorra-
lada y la cancha de metal.
El memorial de los ídolos, la nombradía de sus corceles, la pre-
sencia de la multitud en las talanqueras, acompaña a la noticia espe-
cífica sobre la actividad campeonil, las pruebas por categorías de los
atletas, las exigencias de cada competencia y la gremialización de
los equipos. La reciedumbre del coleo, su factura viril, ha sido des-
conocida por la mujer, quien ha probado que es capaz de desacomo-
[ 296 ] dar toros pesados y voltearlos por el filo del lomo como los grandes
de las leyendas que difunden los poetas y pregonan sus cantores.
Pero si caballo y jinete hacen al coleador, es aquel el que atrasa
el viento en la carrera del poema de Virgilio, el ser primordial de
esa mutua inteligencia. ¿De dónde provino? ¿Del viento del sur,
como asegura Mahoma? ¿De las olas de Neptuno y de la cabeza de
la Gorgona, como asevera la mitología griega? ¿O de Pluma e’garza,
el caballo de la infancia de Edgar Colmenares del Valle, creación
de la llanura física y simbólica, sicopompo, aliado de la vida y de
la muerte, del aquí y del trasmundo, perecedero y perpetuo, mítico
siempre, cuya uña hizo brotar la fuente de Hipocrene, el de la inspi-
ración poética entre los dioses helenos? La valentía y la nobleza de
Pluma e´garza no me abandonan. Caballo llanero, habituado a vérse-
las con la fatalidad, esta vez con el jaguar al acecho bajo las matas y
los coñales del llano, dirime su orgullo ante a las zarpas y los cuchi-
llos de la fiera, blanca la seda de su apariencia, púrpura la rabia de su
corazón y eternizado en la elegía de mi amigo cuando las páginas
del libro enflaquecen. Allí, entre las frases postreras, lo contemplo
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