Page 292 - Lectura Común
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La lectura común                                Escrito sobre el aire
                  Sí, es tiempo de fiestas, de obsequios. A ello nos convida esa
              brisa, ese color del aire.
                  Otrora, cuando las casas miraban por la ventana y los corre-
              dores eran un sendero penumbroso que prometía un jardín inte-
              rior, se edificaba en un rincón el llamado pesebre navideño, hecho
              de anime, cajas de cartón, fardos de fique, musgo de los montes,
              espejos, materos, con los que se remedaba a Belén de Judea. Pas-
              tores, ovejas y animales de yeso y madera poblaban el lugar y allá,
              casi siempre sobre un alto, bajo una estrella de hojalata, hincábase
              una choza a cuyo cobijo los muñecos de José y María adoraban al
              niño Jesús, flanqueados por un mulo y un buey a los que la litur-
              gia católica obligaban a permanecer echados, tal vez por ser eso,
              por ser sólo animales, privados de alma y sin autorización, por lo
              tanto, de aspirar al cielo.
                  Para loar el nacimiento del Redentor allegábanse los pastores,
              niños y niñas del vecindario, vestidos con los arrestos de campe-
              sinos: una maruza, unas cotizas, el sombrero de hoja de palma, un   [ 291 ]
              pañuelo al cuello. Traían maracas, un cuatro, unas sonajas y un
              furruco con los que animaban sus canciones navideñas, sus agui-
              naldos, como se les llamaban.
                  Durante los oficios religiosos, aquellas desaparecidas misas
              de madrugada, los partecitos solían cantar baladas y romanzas de
              igual guisa. Afuera, al concluir el ritual, las muchachas y mucha-
              chos se calzaban los patines y corrían hasta el amanecer por las
              calles y las plazas.
                  Tales tradiciones pertenecen hoy al olvido. Puede que algunas
              de ellas sobrevivan en la Venezuela de más adentro. Menos aque-
              llos cantos con tambora y voces de pájaros. La gaita marabina
              hizo a un lado su ternura. Sin embargo, aún persiste la costumbre
              de fabricar el pesebre navideño. Raro resulta hallar una casa o un
              apartamento sin esa escenografía de nuestra infancia a la que se
              han incorporado la copa de un pino y el barbudo y muy foráneo
              San Nicolás con su trineo de las nieves nórdicas, suerte de intru-








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