Page 296 - Lectura Común
P. 296

La lectura común                                Escrito sobre el aire

              juntar el ganado propio y el ajeno se escenificaba el aparte, no sin
              antes derribarla, los remos al aire, allí mismo, en la sabana. Olía a
              cuero herrado, a transpiración, a bosta, a polvo y barro, a loción de
              mastranto. Todavía ocurre esa delicia, todavía dura ese goce de vol-
              tear un toro y de probar el barajuste y la ligereza de un caballo entre
              el alambre y los vaqueros, mientras truena allá abajo o el sol acaba
              con nuestra sombra.
                  Los terratenientes, dueños de la tierra y de la vida y los santos
              del cielo se llevaron la faena del derribo desde el arzón de la silla
              a las calles de los pueblos. Y desde entonces, aun con los trastor-
              nos civilizatorios que nos sabemos al caletre, perdura en el alma del
              venezolano de adentro y de la ciudad. Hoy, el coleo, aunque sufra
              de hartas transfiguraciones, revive en su esencialidad, la instintiva y
              ancestral pericia y arrojo del llanero en tumbar toros sometiéndola
              a leyes y reglamentos, anunciando competencias y campeonatos,
              reconociendo a los mejores con trofeo y gloria. Su versión moderna
              dejó en el sentimiento al coleo romántico, pero ambos se juntan en la   [ 295 ]
              manga, en la gran fiesta colectiva. Su sofisticación ha inventado esti-
              los y hasta una estética. La pericia ha devenido en arte, arte de colear,
              su liza elevada a patrimonio en todas las regiones y reconocida por
              plebiscito popular como deporte, que no, incomprensiblemente, por
              nuestras leyes.
                  Un libro, que es vivencia e indagación del coleo, ha nacido en
              estos días de la mano y el sentimiento de un barinés, desde niño
              alzado sobre el caballo, que recibió la enseñanza de los potreros y la
              tierra acostada, que tuvo por fantasía el coraje y por juego el peligro,
              para más tarde medirse con los bravos del saco de puerta y la coleada
              “de a peacito”. Él es Ruperto Hurtado Lozada, de los Hurtado y los
              Lozada de Obispos, donde Barinas ostenta blasón de estirpe colea-
              dora en la catadura de sus hombres de colcha y cobija, de mandador
              y espuela, de soga y chicote.
                  Importa destacar, entre las no pocas virtudes del libro, al que
              Ruperto Hurtado Lozada ha titulado, con justeza y significación, De
              la parada al coleo, como decir, de la labor pastoril a la cancha, su






       Lectura comun heterodox   295                                   13/4/10   12:36:03
   291   292   293   294   295   296   297   298   299   300   301