Page 266 - Lectura Común
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La lectura común                            Nuestra sombra iluminada
              estaca al ventalle, menos ellos que ropa en el alambre, el pie en el
              rastro o en el ijar de la bestia.
                  Ahora, a tantos meses de aquel encuentro, Fidel Flores, el
              poeta y editor, deja en mis manos Bajíos. No más abrí sus puer-
              tas, la tierra que años antes había mirado yéndose a rastras al
              costo Orinoco se devolvía por entero en cada página. En una de
              sus vueltas, me encontré con “El pastor del río” que me habló y
              me dijo: “Allí soy el colmillo de payara/Ese almagre brillante en
              la pata roja del agua”. Lo dijo con esa escritura de empolvadas y
              asoleadas pausas como escribe San Diego mirando lo que ha sido
              y lo que no ha dejado de ser: un “bordado pelerío de la tuna” en lo
              desolado de “Siquisique”, donde “Amarilla es la flor que le canta
              al verano/ (y) Todo llora como un alambre en el viento”, o acaso
              “escribiendo con candela una pasión de espina” entre arestines
              y lampos, siempre a la orilla de las páginas como si cruzara, casi
              sin protegerse de la inclemencia, tanta imagen de sombra escasa.
              Un momento se detuvo, dejó de caminar y fue su recuerdo quien   [ 265 ]
              habló de alguien muy suyo: “Ya iba picado de zamuro. Mi abuelo
              traía una planta de yuca./ En mitad del río se buscó el corazón.
              No lo tenía. Un rato hacía que me había confesado: ‘Me tiembla
              la Santacruz (…) Necesito fuerza para vivir con mi ser’”. Le estaba
              hablando a la sabana, a su sabana, y yo iba de lector detrás de su
              decir: “¡terrible sabana!”. Y mucho después, por los lados de la
              página 73, rodeados por el inmenso círculo del mundo, oí que
              conversaba de nuevo con ella: “Sin ropas/sobre el caobo caído hay
              algo de mujer en ti”. Sí, le respondo desde aquí, inclinado sobre
              otra página áspera, de chaparro, así es tu sabana, “Esa sombra que
              al mediodía da toda muchacha”.
                  Amigo San Diego, poeta San Diego, ¿por qué leerte dura tan
              poco? ¡Qué breve es entre tanta vastedad blanca y larga! Pero a su
              confín habré de regresarme, cada vez que necesite tu país, “con
              la huella retorcida de no saber olvidar”. Ya andaremos de nuevo
              juntos por la Venezuela de más afuera, profundizada, porque —y








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