Page 261 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               unos pasos más allá, acaso donde hoy es socorrido depósito de
               automóviles.
                  Cuantas veces entro a la Casa de Bello, a la Casa Nacional
               de las Letras Andrés Bello, como se le nomina desde que fuera
               transfigurada en institución del Ministerio del Poder Popular
               para la Cultura, observo esas desaparecidas paredes y ventanas
               donde otrora se reunía gente ateneísta. La anónima fotografía
               semeja una lápida y la escritura marmórea se presta a servir de
               epitafio. Entonces me trabaja, nunca ha dejado de hacerlo, el sen-
               timiento de una pérdida que escapa a la apariencia misma de la
               extinta casa que digo y ocupa un espacio otro, moral, en todo caso
               emblemático, que alcanza la vida y la obra del grande caraqueño
               y latinoamericano universal, cuando pienso en el pesado mármol
               que agobia su recuerdo en las plazas públicas, las esquinas y en la
               apurada lectura de los manuales docentes y hasta doctos.
                  Cuando mucho, su biografía destinada al escolar y al común
             [ 260 ]  no sobrepasa la confidencia de haber sido en su mocedad maestro
               del Libertador.
                  No voy a insistir en las acusaciones canallas con las que no
               pocos de sus compatriotas empéñanse en lastimar su larga y dolo-
               rosa travesía existencial y reabrir sus heridas de nostalgia cara-
               queña, que ni los años en Santiago de Chile, su segunda, su patria
               afectiva e intelectual, lograron cicatrizar. Tampoco repetiré la
               saña que cierto juicio literario, obcecado por privilegiar una mal
               llamada modernidad estética y en impostar a ultranza y alegre
               desautorización los inconstantes valores de las vanguardias con
               su martillada cerrazón de macular la pertinencia sustantiva, por
               simbólica, por genésica, de sus Silvas a la agricultura a la zona
               tórrida y Alocución a la poesía. Acaso de tanto menoscabo no se
               sustraiga su misma obra cumbre, la Gramática de la lengua cas-
               tellana destinada al uso de los americanos, la cual, estoy cierto,
               apenas dura lo que tarda el acelerado paso por sus páginas de
               quienes medran en la cultura del caletre.








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