Page 257 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
Toda muerte es atroz, sostiene el descreído, el que confirma
con Dylan omas que sobre la sábana de nuestro sosiego coti-
diano avanza ya el encorvado gusano. Frente a esa apostasía,
una creencia trata de convencernos, a fuer de consuelo, que el
cuerpo con que existimos es sólo un estuche (“estuche de muerte”
lo moteja la americana Susan Sontag), por lo que el pequeño ser
yacente entre comensales y libadores de fines de sol no dejará por
eso de ser Adriano, sí, Adriano González León, el autor de Las
hogueras más altas, de Hombre que daba sed, de País Portátil, el
profesor de letras, el cronista de periódicos y revistas, el tertu-
liante de la cultura en la televisión, el intelectual refractario de
los años sesenta y setenta, culpable de desatar junto a un grupo
de escritores y artistas la fascinación por una nueva forma de
pensar y reinventar la vanguardia estético-política en los mani-
fiestos y revueltas verbales y plásticas de El Techo de la Ballena,
[ 256 ] vocero y comité central de la “Venezuela Violenta”, biografiada
por Orlando Araujo en un libro de lectura ineludible. Pero no sólo
es él, me habría atrevido a agregar, de haber estado presente en el
anónimo bebedero público donde moría de sueño mi admirado
amigo. No sólo el escritor de prosa emocionada e inventiva, el
envalentonado de aquel país iracundo, el profesor de la literatura
como encantamiento y de la cultura como dandismo baudele-
riano: también aquel que derrochara, como si la cediera a manos
llenas, la palabra de la loa y la crítica al joven escritor bisoño que
alguna vez fuimos, enderezando entuertos de estilo, regresando a
los distraídos a sus desestimadas obsesiones creadoras.
En un reciente homenaje a Albert Camus, el gran periodista
Jean Daniel hacía referencia al infierno del silencio literario que
suelen sufrir los autores y creadores después de su muerte, pero
de cuyas llamas se librara el autor de El hombre rebelde y de El
extranjero, ahora releído y celebrado, tal vez más que en los años
en que reinaba su filosofía y su narrativa nihilistas.
Quiero pensar que la obra de Adriano González León jamás
habrá de sufrir la mácula de la preterición y del olvido. Un fragmento
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