Page 164 - Lectura Común
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La lectura común Nuestra sombra iluminada
llanero, a lo mejor, junto con la letra de “yo nací en esta ribera”, etc.,
las creaciones que condenan a perpetuarse como escritor ineludible
a quien se esmeró en huir de sí mismo y empeñarse en ser nadie o en
volar entre las letras venezolanas como un pájaro sin cabeza.
José Balza, de quien copiamos no pocas de sus confidencias
biográficas, se tarda en elogiar la prosa (esta vez sin ninguna de las
muchas máscaras de los usurpados patronímicos) de su autobio-
grafía Memorias de un semibárbaro, reeditado no ha mucho por el
hacendoso Fondo Editorial del Caribe, de la Gobernación del estado
Anzoátegui.
En ella habla de sí, a punto de marcharse a la guerra, en su caba-
llo moro ajumao, en cuyos lomos atravesó medio país para irse a
malestudiar a Caracas. “Lo que más lamento —diría— es que se
haya muerto mi caballo”. Antes de partir, siendo aún un mocoso,
puesto ya sobre su cabalgadura, “al pasar cerca de uno de los rosales
que poblaban el patio, un rizo de sus cabellos se enredó en las espi-
nas, y ella, al sacudirlo, provocó una lluvia de pétalos”. La cita es de [ 163 ]
Balza; la escritura del autobiografiado.
Espetó hartas injurias al venezolano, “esa horda de negrillos”,
“ese negraje hediondo”, sus semejantes en proveniencia, apariencia y
maneras. No se sabe quién de sus muchos yos lo dijo. No hay manera
de acusarlo. Ni siquiera si enseñara su verdadero rostro. Si así fuera,
si se tratase del mismo que ha suscrito esta autobiografía, podríamos
equivocarnos. Su mismo nombre de aragüeño podría ser incierto e
incluso su lápida, que nadie visita, no vaya a ser que nos topemos con
el de uno de los que le arrebataron su verdadera máscara de carne y
espíritu.
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