Page 145 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo

               Mosonyi cedieran al sello de la Fundación Bigott, una pequeña
               franja, trazada sobre el mapa lingüístico, señala, casi inadvertida,
               la soberanía territorial que ocupa esta familia caribe. “El grupo
               étnico mapoyo —nos avisan los autores del Manual— constituye
               una población en proceso de regresión lingüística y cultural” y que
               “cuenta con menos de doscientos integrantes de los cuales la mayor
               parte ya no domina bien la lengua materna”.
                  Hasta El Palomo se allegaría Esteban Emilio Mosonyi a empren-
               der, en nombre de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, el
               rescate de esa lengua y esa cultura que desmayan en los confines de
               Venezuela. No fue solo. Tuvo por compañía a la socióloga Esperanza
               Gualdrón, a quien confiara la ardua industria de reanimar el decir y
               el sentir mapoyo.
                  No ha mucho, la socióloga consignó en la Casa de Bello el tra-
               bajo de campo que realizara en el delgado y disperso poblado. Lo
             [ 144 ] que sigue más parece un memorial de agravios que noticia alenta-
               dora. La Escuela Básica Nacional Bolivariana que allí tiene su sede
               dispone de pupitres, ventilación y cuatro docentes que imparten
               enseñanza a ciento seis niños, pero carece de biblioteca y de mate-
               rial didáctico, no conoce el agua potable, ni las llamadas aguas ser-
               vidas y la luz eléctrica, de la que gozó, es cierto, hasta que la planta
               se redujera a estropicio.
                  El valle, mejor sabana, no sólo se ofrece a la quemadura del
               secano: en tiempos de lluvia —y ya sabemos cómo son y cuánto
               duran los diluvios en esa lejana Venezuela—, las centellas visitan el
               lugar con desaforada frecuencia. Para afrentarlas, la vida disponía
               de un pararrayos, sólo que cierta canalla de la malandanza se hizo
               del cableado, por lo que durante las últimas tempestades el fuego
               celeste abrasó de muerte a no pocas personas y chamuscó casas y
               cobertizos.
                  Desamparados ante la furia del cielo ha quedado sumida la gente
               de El Palomo, mas otro desamparo asuela sus espíritus: apenas dos
               de sus abuelos hablan, piensan y recuerdan en la lengua materna:
               Luis Reyes y José Segundino Reyes. El reto que se ha impuesto






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