Page 107 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               como reflejo del otro, como ausencia materializada en esa ilusión
               de la propia contemplación en el azogue de la piel.
                  Pocas veces el hedonismo femenino había hablado así en la
               poesía escrita por mujer entre nosotros. No sé si mi amiga ha leído
               a Louise Labbé, o escuchado su exclamación preciosa: “oh laúd,
               compañero de mi calamidad”, no porque se asemeje a su poética
               de la saciedad insaciable que es el motivo inalterable de su confe-
               sión y del núcleo o del “tuétano de vida”, sino por el tono de sen-
               sualidad que se escucha en la confesión de la huérfana de amante.
               Encuentro no poca proximidad entre la poesía de la poeta lionesa
               de la locura de amor del siglo XVI y el aliento que se respira en el
               citado libro primigenio de Cecilia Ortiz, a más de los que ratifi-
               can su memoria creadora y su destreza formal: La pasión errante
               (1986), Autorretrato (1993), Naturaleza inventada (2004), Inver-
               nadero (2006) y el inédito que aún espera título, reunidos todos
             [ 106 ] bajo el título de Trébol, muestra antológica que no ha mucho ofre-
               ciera a los lectores Monte Ávila Editores Latinoamericana.
                  “Uno a veces escribe con su parte masculina, otras con su parte
               femenina, y a veces está en el centro, donde debe”, le oyó decir
               alguna vez Edda Armas, prologuista del volumen. Ella sabe leer a
               Cecilia Ortiz. Elige aquellas imágenes y frases que ocultan y mues-
               tran al mismo tiempo la intralectura de los poemas en los cuales la
               poeta evidencia el riesgo de ser ella misma, hablándose, observán-
               dose, diciéndose, “Cecilia mía”, no por gana de autoadoración sino
               por saberse cuerpo sobre el quicio de sí misma, filo en “un abismo
               tenido entre los dos”, entre él o lo amado o entre ella y la que se ama.
               Porque asistimos a una doble figura del ser deseado y deseoso que
               testifica siempre en primera persona para vaciarse en la confesión,
               para quedar como pasión errante, esto es, antes y después del goce,
               antes y después de la ansiedad o durante el hambre de amar(se).
                  No tiene tiempo la poeta para contemplar el mundo, el afuera:
               ella es su paisaje, su país como cuerpo, ocultándose “Estoy escon-
               dida/ perdida de mí misma/ Es grave descubrirse/ escondida/ y
               no poder encontrarse”, o mostrándose “amo ese día radiante que






       Lectura comun heterodox   106                                   13/4/10   12:35:27
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