Page 103 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               sombrea el samán antiguo, se alargan las mansiones de los seño-
               res de la tierra y del hombre histórico. Aún abre sus portones de
               esquina la pulpería, se guarece al fondo de la casa el patio del hele-
               cho y la cala blanca. El tiempo todavía es memoria de calicanto,
               de empedrado y de paso de uña de caballo a pesar del automóvil.
                  El sosiego no cede a la bocina de las ventas de CD, al micrófono
               ambulante. Sobrevive entonces una noble fisonomía en el pueblo
               por su modo de mostrar su ayer de imagen en blanco y negro en
               medio del variopinto semblante de la llamada modernidad.
                  De allá es su memoria escrita. Se llama José Manuel López
               Pinto. La Fundación Editorial el Perro y la Rana del Ministerio del
               Poder Popular para la Cultura nos ofrece su más reciente libro de
               recuerdos, Guama, espíritu telúrico de una escritura. Años atrás,
               su autor había cedido a la imprenta las páginas de similares año-
               ranzas a la que nombrara Guama, donde todo comenzó, de cuyas
             [ 102 ] bondades literarias expresáramos nuestra emoción en esos días.
                  De nuevo, el espíritu que desvela a López Pinto anima la pre-
               sente obra. Al saludar su aparición, el inolvidable José León Tapia
               expresa  emotiva satisfacción porque la  encuentra  oportuna,
               “sobre todo —señala— en una Venezuela que se nos escapa en la
               pérdida de su manera de ser, pensar, actuar y consumir, ante la ola
               avasallante de transculturación imperial que amenaza con borrar
               las vivencias de donde ha nacido la patria”.
                  Todo Guama transcurre en el recuerdo de López Pinto, su
               comarca y aledaños, sus calles y sus casas, la gente que vive bajo
               su tierra y sobre ella. No escapa al cronista detalle alguno: el paso
               de las recuas de algún día, los nombres de sus arrieros, los de sus
               pulperos y comerciantes, los de sus labriegos y pastores. Familias
               de la pobrecía y de la opulencia conforman indistinto nombra-
               miento. Los flancos de las casas se asemejan a los rostros de sus
               habitantes, muéstranse en las fotos que ilustran el libro como ele-
               gías visuales. Álzase sobre sus techos en una de las cuencas de
               sus calles onduladas el panteón vegetal del samán de su historia.
               Guameros vistiendo la ropa blanca del país agrícola que fuimos






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