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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              nada se siente tan obligado por el más elemental deber de objetividad
              que a desvanecer la leyenda de la “revolución socialista”. Éste es, más
              específica  y  sistemáticamente,  el  objeto  de  una  serie  de  artículos  del
              joven escritor peruano Esteban Pavletich, que desde 1926 está en directo
              contacto con los hombres y las cosas de México. Los propios escritores,
              adictos o aliados al régimen, admiten que no es, por el momento, un
              Estado socialista lo que la política de este régimen tiende a crear. Froylán
              C. Manjarrez, en un estudio aparecido en la revista Crisol, pretende que,
              para la etapa de gradual transición del capitalismo al socialismo, la vida
              «nos ofrece ahora esta solución: entre el Estado capitalista y el Estado
              socialista  hay  un  Estado  intermedio:  el  Estado  como  regulador  de  la
              economía nacional, cuya misión corresponde al concepto cristiano de
              la propiedad, triunfante hoy, el cual asigna a ésta funciones sociales...».
              Lejos de todo finalismo y de todo determinismo, los fascistas se atribuyen
              en Italia la función de crear, precisamente, este tipo de Estado nacional y
              unitario. El Estado de clase es condenado en nombre del Estado superior
              a los intereses de las clases, conciliador y árbitro, según los casos, de esos
              intereses. Eminentemente pequeño-burgueses, no es raro que esta idea,
              afirmada ante todo por el fascismo, en el proceso de una acción inequí-
              voca e inconfundiblemente contrarrevolucionaria, aparezca ahora incor-
              porada en el ideario de un régimen político, surgido de una marejada
              revolucionaria. Los pequeño-burgueses de todo el mundo se parecen,
              aunque unos se remonten sucesivamente a Maquiavelo, el Medioevo y
              el Imperio Romano y otros sueñen cristianamente en un concepto de la
              propiedad que asigna a ésta funciones sociales. El Estado regulador de
              Froylán C. Manjarrez no es otro que el Estado fascista. Poco importa que
              Manjarrez prefiera reconocerlo en el Estado alemán, tal como se presenta
              en la Constitución de Weimar.
                 Ni la Carta de Weimar ni la presencia del Partido Socialista en el
              gobierno han quitado al Estado alemán el carácter de Estado de clase, de
              Estado demo-burgués. Los socialistas alemanes, que retrocedieron en
              1918 ante la revolución —actitud que precisamente tiene su expresión
              formal en la Constitución de Weimar— no se proponen más que la trans-
              formación lenta, prudente, de este Estado, que saben dominado por los
              intereses del capitalismo. La colaboración ministerial es impuesta, según


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