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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 Después de la paz, de 1920 a 1922, Lloyd George ha hecho sucesivas
              concesiones formales, protocolarias, al punto de vista francés: ha acep-
              tado el dogma de la intangibilidad, de la infalibilidad del Tratado. Pero ha
              trabajado perseverantemente para atraer a Francia a una política tácita-
              mente revisionista. Y para conseguir el olvido de las estipulaciones más
              duras, el abandono de las cláusulas más imprevisoras.
                 Frente a la revolución rusa, Lloyd George ha tenido una actitud elás-
              tica. Unas veces se ha erguido, dramáticamente, contra ella; otras veces
              ha coqueteado con ella a hurtadillas. Al principio, suscribió la política de
              bloqueo y de intervención marcial de la Entente. Luego, convencido de
              la consolidación de las instituciones rusas, preconizó su reconocimiento.
              Posteriormente con verbo encendido y enfático, denunció a los bolchevi-
              ques como enemigos de la civilización.
                 Tiene Lloyd George, en el sector burgués, una visión más europea
              que británica —o británica y por esto europea— de la guerra social, de
              la lucha de clases. Su política se inspira en los in  tereses generales del
              capitalismo occidental. Y recomienda el mejoramiento del tenor de vida
              de los trabajadores europeos, a expensas de las poblaciones coloniales
              de Asia, África, etc. La revolución social es un fenómeno de la civilización
              capitalista, de la civilización europea. El régimen capitalista —a juicio de
              Lloyd George— debe adormecerla, distribuyendo entre los trabajadores
              de Europa una parte de las utilidades obtenidas de los demás trabaja-
              dores del mundo. Hay que extraer del bracero asiático, africano, austra-
              liano o americano los chelines necesarios para aumentar el confort y
              el bienestar del obrero europeo y debilitar su anhelo de justicia social.
              Hay que organizar la explotación de las naciones coloniales para que
              abastezcan de materias primas a las naciones capitalistas y absorban
              íntegramente su producción industrial. A Lloyd George, además, no le
              repugna ningún sacrificio de la idea conservadora, ninguna transacción
              con la idea revolucionaria. Mientras los reaccionarios quieren reprimir
              marcialmente la revolución, los reformistas quieren pactar con ella y
              negociar con ella. Creen que no es posible asfixiarla, aplastarla, sino, más
              bien, domesticarla.
                 Entre la extrema izquierda y la extrema derecha, entre el fascismo
              y  el  bolchevismo,  existe  todavía  una  heterogénea  zona  intermedia,


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