Page 206 - La dimensión internacional del Gran Mariscal de Ayacucho
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206  Rafael Ramón Castellanos



             acto de civismo en que acuerdos, tratados, capitulaciones y facetas para
             frenar los ímpetus se han sucedido, su arte de consolidar la paz, su estrella
             de no mancillar la dignidad humana, su respeto al contrincante y el enar-
             bolamiento de los principios humanitarios en la guerra, salen a relucir y
             se instalan en la más alta y prístina atalaya donde la dignidad sustituye a
             la malignidad de la masacre y de las ejecuciones; donde el perdón subyuga
             y une a irreconciliables enemigos; donde la estrella epigonal de los pactos
             le brinda el finiquito a los inútiles derramamientos de sangre.

               Es decir, Sucre existe, pero existe andante, determinando sucesos,
             fomentando sosiego en medio de las disputas y los avatares. Se le ve
             de cuerpo entero, animoso, imponderable en la bondad para ejecutar
             el bien, sembrando con su propia mano la dignificación de las causas
             y asombrando al mundo entero con tantos derroteros aurorales que
             inscribió en la historia para el bien de la humanidad y que, correspon-
             didos en sus efectos benéficos, nos lo presentan cada día más cerca de
             nosotros, respirando hondo, sudando la gota larga y tendida, tocando
             los caminos para cerciorarse que no se marchitan ni se apagan los hori-

             zontes con que él trazó, antes y después de los Tratados de Trujillo, esos
             irreprochables testimonios de armisticio y de regularización de la gue-
             rra, hasta avanzar las capitulaciones deferentes y generosas, que así las
             insufló él, ya en Pichincha, o en Ayacucho y que serían para insuperadas
             latitudes del espíritu nacionalista de los americanos, fuentes primordia-
             les para los acuerdos internacionales que frenaron y siguen frenando las
             guerras fratricidas entre pueblos hermanos.
               El mediador entre Mariño y Bermúdez, el tratadista de Trujillo, el ge-
             nio diplomático y humanitario de Pichincha, Ayacucho, Girón, Tarqui

             y la Villa del Rosario de Cúcuta, sembró su doctrina en tierra fértil para
             que no feneciera nunca y para que cada vez que los individuos y los paí-
             ses tengan conflictos, puedan deponer actitudes y entenderse, y que sea
             él quien camine al lado de los Estadistas, y quien brinde los consejos y
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