Page 160 - La dimensión internacional del Gran Mariscal de Ayacucho
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160 Rafael Ramón Castellanos
Riua Agüero envió al virrey una larga carta, que hizo entregar abierta
a Canterac para que se impusiera de ella, en que le hacía dos proposi-
ciones distintas. En la primera, le ofrecía que suscribiesen un armisticio
de dos meses, conservando cada uno sus respectivas posiciones, y que
en ese tiempo se enviasen diputados al cuartel general de cada uno de
los beligerantes para formalizar un trabajo de paz, avanzando las ideas
de que en ese tratado, el gobierno del Perú aceptaría la vuelta al país de
los españoles expulsados, dejándoles la libre disposición de sus bienes;
permitiría el comercio y comunicación entre las zonas militares durante
el armisticio; reconocería como deuda del Perú la que tenía el país antes
de la llegada de la Expedición Libertadora; concedería una amnistía
general por las opiniones o hechos acaecidos durante la guerra, y daría
rehenes de una y otra como garantía de lo que se pactase.
La segunda propuesta era un tratado de regularización de la gue-
rra en los mismos términos que el celebrado entre Bolívar y Mori-
llo, con la declaración de que en caso de no ser aceptado, el Perú
decretaría “la guerra a muerte a todo español que la hiciese a la
República, dando únicamente cuartel a los americanos”.
Como era de prever, el general Canterac contestó al primer punto,
negándose a tratar sobre armisticio, por carecer de autorización para
convenir en una tregua, pero diciendo que la tenía para ocuparse de la
paz, siempre que el Perú reconociera la soberanía de la metrópoli y se
sometiese a las leyes constitucionales de España, que llamaba “las más
liberales del mundo entero”. Respecto de la regularización de la guerra,
contestó desdeñosamente que luego se vería quien estaba en el caso de
pedir clemencia, diciendo que las amenazas de guerra a muerte no eran
sino la mera continuación de lo que ya se había hecho en San Luis de
la Punta, donde los oficiales españoles prisioneros habían sido bárbara-
mente asesinados, y declarando que en virtud de órdenes reales no daría
por su parte cuartel a los extranjeros que sirviesen a los patriotas.
El virrey corroboró lo dicho por Canterac, y la tentativa concluyó
tristemente, dejando en todo el que la conoció la impresión de que
había sido hecha en hora inoportuna, y de que no tendría más resul-