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Earle Herrera














            PRÓLOGO PARA NÓRGIDA


            A lo largo de mi carrera literaria he sido solicitado para escri-

            bir el prólogo de no pocos libros. Esta invitación es siempre
            un compromiso con el autor y, sobre todo, con los futuros
            lectores de la obra. Con esas palabras iniciales le corresponde
            a uno la responsabilidad de abrir las puertas de un texto y
            presentar, a las personas interesadas en su lectura, una pri-

            mera visión del espacio de palabras, ideas y conceptos en que
            se van a internar. El prologuista es el personaje que nos abre
            las puertas y nos invita a pasar adelante, nos presenta al autor

            y muestra el camino a recorrer. Luego se aparta y nos deja
            solos, en la enriquecedora soledad de la lectura.

                  En esa puerta de los libros ajenos, ya lo dije, me he en-

            contrado en varias oportunidades literarias y vitales. De esa
            experiencia he aprendido que cada obra impone una forma de
            invitar al visitante –al lector o lectora– a pasar adelante. Los
            textos de creación –cuento, novela, poesía– nos llevan a una
            invitación espiritual para mostrar una casa ficticia o metafóri-

            ca. Las obras conceptuales nos devuelven al mundo racional y
            metódico. Si se trata de libros pedagógicos, el presentador corre
            el riesgo, que yo quiero evitar, de volverse didáctico.


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