Page 303 - Fricción y realidad en el Caracazo
P. 303
earle herrera
«Mi hijo estuvo aquí toda la mañana. Bajó a comprar
el pan, lo trajo y salió de nuevo a reparar el carro porque
pensaba salir al mercado. Y esto aquí estaba tranquilo, así
que no vi por qué no podía bajar…» señala, su rostro entre
las manos y la mirada estrellándose en el vacío, Carmen
de García, reacia a identificarse «por temor a represalias».
Pero, qué otra cosa puede temer esta venezolana, cuyo hijo
de 43 años ya no está.
—Estaba abajo, como le dije, reparando el carro, cuando
pasó una tanqueta y le metieron cinco balazos de Fal.
Carlos Cugar, el mecánico que se hizo popular en el
bloque por su combate contra las drogas; el combatiente
contra las guerrillas en los sesenta; él, incondicional a los
militares y hasta chofer por años de un general. Carlos,
en fin, amigo entrañable del teniente Serrano, que incluso
llamó a la familia para darle el pésame, murió sin comerse
lo que ahora llaman pan y cuesta ocho bolívares, ¿por qué?
—Porque han hecho de esta parroquia un campo de ba-
talla, uno aquí está anotado para morir, y eso no puede ser.
Fue el viernes. Ya todo había pasado y hasta la gente salió
a comprar ya que el mismo ministro de la Defensa dijo en
la televisión que el país estaba normalizado.
Pero no fue así, al menos para quien, desde una tan-
queta, disparó contra Carlos, hiriéndolo y este, al recibir
los disparos, dijo al amigo «me dieron» y con inusitada
fortaleza se dirigió al hospital de Los Magallanes, entregó
su cédula y murió.
«Yo no entiendo por qué el Ejército se ensañó de esta
manera, porque aquí siempre ha habido disturbios y agi-
tadores, y la Policía Metropolitana viene y toma los blo-
ques y los domina en una hora», protesta Trina Quevedo,
dirigente de AD y comadre de Carlos, «el buen vecino
303