Page 333 - Escritos de ayer y hoy
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tarde o temprano. Lo que sí yo estoy seguro es de que no me
          van a agarrar como un tonto en Miraflores. Yo me voy, carajo,
          aunque sea a pelear para la Sabana del Arauca o sino para la
          montaña de El Bachiller”, y me miró.
            Y yo le contesté de inmediato: “Yo la tengo explorada. Tres
          veces he recorrido esa montaña y ahí fácilmente podemos ha-
          cer una reunión para un análisis de coyuntura”. ¿¡Ves por qué
          debemos dormir como el conejo!?
            YVL: —¿Fernando levanta al sol o el sol lo levanta a él?

             FSR: —Me cuesta dormir más después de las siete de la mañana; in-
            cluso cuando viví en el Medio Oriente una vez en verano, y entonces allí
            el sol se oculta a las once y media de la noche. De tal manera que es muy
            difícil dormir después de las ocho aun cuando me acueste muy tarde. Lo
            importante es agarrar la madrugada y dormir algo.

            Entre risas y como una travesura dice que “no pela un cama-
          roncito en las tardes siempre que pueda”.
            En la montaña los acompañantes de un guerrillero pueden
          ser la soledad, la lluvia, el tiempo, los pájaros, los bachacos, la
          montaña, los campesinos, el ejército y el hambre, un enlatado y
          un libro; todos confluyen como una circunstancia común que
          se hace costumbre. Al contar su experiencia, este combatiente
          narra su vivencia con ánimo, dejando saber entre líneas que
          ellos construyeron un proceso revolucionario a costa del sacri-
          ficio de sus propias vidas, sus familias, un futuro, un amor que
          se quedó en la ciudad y un destino que se asumió con dignidad.
            YVL: —¿Cómo está con el papelón, el fororo y animales de
          la montaña?


             FSR: —Yo he comido de todo en mi vida. Recuerdo un tiempo muy
            difícil de escasez porque estábamos cercados en la montaña El Bachiller,
            éramos casi 30 entre hombres y mujeres; teníamos dinero en el bolsillo,
            pero estábamos cercados. Entonces una campesina nos pasó tres burros


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