Page 176 - Escritos de ayer y hoy
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Con mucho entusiasmo, llamó por teléfono el 23 de octubre
a su hermana mayor, doña Rosa Rojas de Soto, con motivo
del 90 aniversario. Mandó una postal de su puño y letra, pa-
seó solo varias veces por el parque Sucre, meditando; obser-
vando el cielo, la tierra, el cerro de Peña de Mota, el transitar
de vehículos y el traficar de la gente, y diciendo como el poeta:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
El sábado 4 de noviembre reunió a parte de su familia, dia-
logó, conversó mucho y, como buen llanero espléndido, mandó
a preparar cachapas y demás componentes para el día do-
mingo, como en los buenos tiempos de la casa-finca de Paural.
Cuando se celebraba un cumpleaños o un hijo o una hija
le llevaba un título universitario, él ofrecía una res para toda
la familia y amistades de siempre... pero ya la humanidad del
cuerpo de José no daba para más y en la mañana del domingo
5 se difundió la ingrata noticia: “Murió José Ortega... murió
José y está en la funeraria Piñango”.
El tiempo inexorablemente transcurre; la sociedad, la lu-
cha de clases y la vida siempre continuará, mientras persistan
las condiciones naturales del planeta y los seres humanos lu-
chando, siempre en la búsqueda de un destino mejor, pero sin
olvidar las huellas del pasado. A José Ortega Rojas siempre lo
recordaremos sus familiares, amigos íntimos, vecinos y quienes
lo trataron, como hombre justo, honesto, de una conducta in-
tachable; un hombre de palabra.
Deja unas huellas muy bien marcadas en la tierra de la tribu
de Chapaiguana, que él empezó a caminar bajo la vigilante
dirección de Felipe Ortega y las hermanas Ortega; cuando
se desplazaba montado en burro por la sabana y corrales de
Camoruco en búsqueda de parchitas silvestres y con un cán-
taro de leche que Clemencia Ortega transformaba en dulces
de conservas, que se vendían en la bodega del viejo Felipe.
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