Page 173 - Escritos de ayer y hoy
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italiano Bernardino Filardi, las hermanas Barriates, Rojas,
          Zerpa y la negra Pumusena; el padre de la niña Rosa Servanda,
          el doctor Luis Amestói Ruiz, que estaba en Ocumare del Tuy
          donde asistía a la Asamblea Legislativa como diputado.
            Hacia el fondo de la casa estaba una mata de tamarindo, que
          expandía una gran sombra y donde jugaban metras y perinolas,
          ese día, los niños Juan Colmenares, Félix Liendo, Juan Álvarez,
          Benigno  Delgado, Ascensión Aragort, Raimundo  Rojas y
          Sixto Coronil, entre otros.
            Comidas, bebidas y visitantes abundaron ese día esplén-
          dido; mientras tanto, Rosa Servanda disfrutaba de la hermosa
          teta y del sueño en los brazos de Eugenia. Ese mismo día, 23
          de octubre de 1905 en el país y en el resto del mundo –que
          ya para entonces era “ancho y ajeno”, pero no con el domi-
          nio globalizador y dependiente de hoy–, en Caracas, el general
          Cipriano Castro, “Presidente Constitucional y Restaurador de
          Venezuela”, cumplía 47 años de existencia y 6 años en el poder.
          Muchos homenajes, fiestas y saraos recibió “El Cabito” por sus
          “felicitadores” –como humorísticamente lo llamó Rafael María
          Morantes  (Pío Gil)–, en tanto que el general Juan  Vicente
          Gómez, vicepresidente de la República, reflexionaba, pensaba,
          manoseándose el bigote en el balcón de la Casa Amarilla y mi-
          rando la estatua de la Plaza Bolívar: “¿Qué hacer con su com-
          padre Castro?”.
            El presidente de los Estados Unidos, Teodoro Roosevelt,
          realizaba una gran gira por el interior del Estado. Tenía los
          informes preliminares de la potencial riqueza minera del país,
          le había fracasado la llamada  “guerra libertadora” del gene-
          ral-gerente bancario Manuel Antonio Matos, y se discutía la
          modesta deuda venezolana y la posibilidad de firmar un proto-
          colo. El zar Nicolás II de Rusia tenía una insurgencia popular
          en Moscú y Petrogrado, en donde flameaban las banderas ro-
          jas con soviet de obreros y campesinos; en Berlín, una marcha

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