Page 63 - El Credo de Aquiles Nazoa
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más el estado deplorable del animal que esperó a su
amo fielmente para, cumplida su misión (esperarlo)
morir tranquila y tristemente. Sigue abierto el zoo
de Aquiles con el loro de Robinson Crusoe, único
que hablaba con el náufrago, y al que tomó como
mascota porque todavía no existía una ley de pro-
tección de los animales. Cree el poeta en “los raton-
citos que tiraron del coche de la Cenicienta”, que
es volver a ver al mundo con ojos de niños, como
bien quería Rainer María Rilke. Y cree en “Beralfiro
el caballo de Rolando”, que sacrificó su vida por su
amo y al que parece revivirlo en aquel relato titula-
do Un caballo que era bien bonito.
Pero el zoo todavía no está completo porque
también cree “en las abejas que labraron su colme-
na dentro del corazón de Martín Tinajero”, perso-
naje este, explorador y aventurero, que abandonó
la realidad para meterse en la leyenda, donde todo
es posible. Martín Tinajero es uno de los tantos eu-
ropeos que llegó a la América colonial para buscar
El Dorado –la ciudad de oro– y el mito se lo tragó
sin dejar rastros. Pero en su caso, su cadáver no se
descompuso, de él emanaban agradables aromas
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