Page 153 - El cantar del Catatumbo
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multiplicó”, mientras el pueblo a quien tanto él había
            abrigado, se despojaba de su ropa y la arrojaba sobre el
            féretro hasta cubrirlo entero.
               Son infinitos los testimonios personales de esa gente
            contando todo lo que había hecho por ellos. Desde
            “Yo era invisible, él me volvió persona”, hasta el de esa
            mujer que dijo “Vengo a ver a mi marido”. “¿Cómo a
            su marido?”, le preguntan. “Sí, él fue mi marido. Esta
            niña es mi hija, no oía ni hablaba. Él, personalmente,
            se ocupó de que la curaran y ahora oye y habla. Y este
            niño, mi hijo, tenía una enfermedad que yo, por pobre,
            no podía curar. Ahora, gracias a Chávez está sano. A mí
            me dio casa y trabajo. Por eso digo que es mi marido.
            Por eso vengo de luto, vestida de rojo entera”.
               Voy por las calles de Caracas. En todas partes Chávez
            canta, arenga, abraza, baila y ríe y lucha en esta suerte
            de presente continuo que comienza con su muerte en
            Venezuela. Una épica que no cesa, que se afirma en las
            consignas, que vuela en las canciones, que se refrenda,
            imbatible, en la voluntad de ese pueblo dispuesto a llevar
            a la realidad todo el sueño bolivariano.
               En tanto, la prensa reaccionaria como el diario ABC
            afirma aviesamente que Chávez había muerto hacía días
            en La Habana y que el féretro, llevado en procesión a
            la Academia Militar, no contenía el cuerpo de Chávez,
            afirmación que blande la oposición. Esto provoca una
            ola de indignación popular, por la afrenta a su dolor


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