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20 años en Batalla y Victoria


           mo, incluso cooperaron con la dictadura; y con el tiempo, como “cuar-
           to poder” asumieron la “misión histórica” de apuntar hacia un nuevo
           modelo económico y político basado en la meritocracia.
             El desencuentro entre la clase dominante, propietaria de medios
           y la clase política fue patente en incidentes como la afrenta del ex-
           presidente Jaime Lusinchi (1984-1989) contra el reportero del noticia-
           rio El Observador, de RCTV, Luis Guillermo García, al momento de
           grabar el cierre de su nota en cámara. El “A mí no me jodes tú”, de
           Lusinchi expresó el choque entre los grupos de presión y la llamada
           partidocracia.
             Llegó a denunciar la periodista Marta Colomina, a propósito del
           Foro Iberoamericano de Comunicación para la Democracia (1997) or-
           ganizado en Caracas por la Unesco, que “dos nuevos poderes aunque
           desiguales han emergido en desmedro de la libertad de expresión: el
           de los propietarios de los medios y los profesionales del periodismo
           (...) más que libertad de expresión que exige participación ciudadana,
           algunos medios y periodistas se inclinan sólo por los temas y enfoques
           que les resultan rentables”.

           Nacionalismo y pop
           La beatificación de la Madre María de San José (1995) y la segunda vi-
           sita del Papa Juan Pablo ii (1996), orientaron la opinión pública hacia el
           fervor religioso. Por ejemplo, el ímpetu de las protestas de empleados
           públicos, contra el aumento de la gasolina, paro de universidades y
           una eventual huelga de radiólogos fue curiosamente abrumado por el
           eslogan “Despierta y reacciona, es el momento” de una profusa cam-
           paña en recibimiento de sumo pontífice.
             Una estética mediática, burguesa y pop, tradujo a las audiencias
           el mensaje patriótico que originalmente promovió el bolivarianismo
           rebelde. Con temas musicales como Caballo nuevo, de Miguel Ángel
           del Rey y Yo me quedo en Venezuela, de Carlos Baute, emprendieron
           un nacionalismo potable, mientras el Gobierno apabullaba la crítica,
           como ocurrió con la prohibición en las radios de la gaita Dr. Caldera de

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