Page 260 - Todo César: Panorama de vida y obra
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               multitud de papeles, hojas, trapos, cañas y peroles vacíos venidos de quién sabe  torres más altas crujieron y, entre chirriar de cables y tornillos retorcidos, de
               dónde. Los hombres se lanzaban fuera de las tiendas y casuchas con gritos e  maderas deshechas y latones partidos, volaron violentos a lo alto, girando como
               imprecaciones. El extraño rumor de enloquecidos potros galopando sin cesar  inmensos esqueletos metálicos; tras las torres silbantes se aventaron los moto-
               avanzaba  incontenible.  Ahora  era  sordo  y  desesperante,  mezclándose  a  él  el  res y las máquinas arrastraban tras sí cables y alambres. Las tuberías gruesas y
               ruidoso torbellino de todas las cosas que giraban entre violentos remolinos de  obscuras se retorcieron como débiles canutos, agrietando los fuertes pilares de
               polvo. El aire era una vertiginosa confusión de ruidos y objetos danzantes; silba-  concreto donde estaban emplazadas; el ímpetu del viento crecía como si todos
               ban los cables y hierros, aullaban los filos metálicos de las torres, gemían con un  los cielos hubiesen desatado sus tropeles de ciclones; grandes árboles pasaban
               chis desesperado los arbustos para desprenderse de la tierra bajo el impulso del  veloces con sus hojarascas revueltas figurando cabezas desmelenadas. Bajo el
               ventarrón; por doquier los hombres gritaban mientras los perros aullando y con  fragor, las voces de los hombres solo eran temerosos aullidos sin refugio ya por
               los rabos entre las piernas corrían como atontados en busca de refugio.   la tierra desolada.
                 La sábana alzábase y descendía cada vez que desde el pecho fatigado se esca-  La respiración era un jadeo sordo y acompasado; al borde de la cama, solitaria
               paba el aire, haciendo vibrar las aletillas de la nariz.               y amarilla, la mano apretaba el aire silencioso.
                 Ahora comenzaban a volar las planchas de zinc, sus metálicos grises descri-  Todo trepidaba bajo el fragor terrible del torbellino. Las instalaciones y gran-
               bían en el aire angustiosos balanceos antes de salir disparadas al ser cogidas  des tubos comenzaron a crujir. La tierra inmensa era barrida por el tremendo
               por lo más fuerte del estruendoso viento. Danzaban en lo alto los arbustos, arro-  soplo; lo que antes era orden giraba ahora revuelto y confuso por el aire. Un
               jando una estela terrosa desde sus raíces rotas y ennegrecidas; crujían los tabi-  inmenso tubo fue arrancado con violencia y lanzado a lo alto como un cañón
               ques de madera de los depósitos y las pequeñas y grises casas de los jefes lucían  fúnebre y extraño; del trozo negro y desgarrado que permaneció adherido al
               ahora, sin sus techos, como unos extraños cuerpos descabezados. Las cuadradas  obscuro socavón saltó hacia afuera un violento chorro negro, viscoso. La rabia
               armazones de los depósitos se balanceaban amenazando derrumbarse, cual si  tumultuosa del viento lo tomó, iracunda, lanzándolo por doquier como una
               bailaran una danza confusa al son horrísono del tumultuoso viento... Pero vola-  inmensa y agitada tela de araña. La red negra vibraba impetuosa y desde ella,
               ban también dejando desamparados a los hombres y a los objetos; estos últi-  formada por miles de hilachas turbias y aceitosas, se veía crecer la danza de
               mos entraron de golpe en el terrible baile y, cogidos por los turbios remolinos,  ruidosa locura. Los hombres también fueron arrancados de la tierra, separados
               mezcláronse a todo cuanto giraba en el aire. Con vértigo de frenesí iban por lo  de los troncos y protuberancias en donde se habían aferrado; cogidos con furia
               alto ollas, sillas, mesas, trapos, papeles, tablas y hasta un pequeño perro, aven-  por las ondulantes garras del viento parecían papeles revoloteando en lo alto
               tado por el furioso torbellino, aullaba sobre él como una fantasmagórica sirena  por hilos invisibles. Algunos, rubios, en camisas, los rostros congestionados por
               de alarma. Ningún ruido tenía ya su propio acento; todo era un inmenso fragor  el terror y con los desteñidos cabellos estirados en dirección al viento, chillaban
               revolviéndose sobre la tierra conmovida.                               aferrados aún a un pesado motor que ya se bamboleaba bajo el ímpetu estruen-
                 ¡Ya estaba allí la nube negra! Ya estaba con sus rugidos de infatigables y  doso. Desde el dramático grupo el fragor vertiginoso se llevó una voz aterrada:
               empavorecidos potros. Junto a los silbidos de los postes y los cables y el sórdido  “¡Maldición!”. Y tras la imprecación, la furia del viento arrastró violenta a la
               y confuso chocar de objetos y de voces, también el polvo arrancado de la tierra  máquina y a los hombres; tras ellos volaron los troncos y raíces de los últimos
               erosionada  roncaba  con  acento  de  furia;  algunos  impermeables  negros  se  árboles.
               movían en lo alto como seres sin esqueletos, junto a ellos sombreros de corcho,   La nube cubría con su tono gris y su rumor profundo toda la colina, bajo ella
               potes  de  lata,  cajas,  libros  descuadernados,  terrones  y  palos  se  disparaban  y  avanzaba el estruendo.
               zambullían en el trepidante tumulto. Los hombres gritaban y corrían con los   El petróleo seguía fluyendo hacia lo alto oscureciendo con su inmensa red
               cuerpos inclinados tratando de no ser tomados por la furia del huracán. Las  la violencia del paisaje estremecido. De toda la tierra se desprendía, raudo, un
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