Page 259 - Todo César: Panorama de vida y obra
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258  ¡Sobre la tierra, siempre!



            suyo, ahora era de ellos y lo necesitaban pronto. Iban a perforar la tierra, tumba-  Más tarde vinieron las sombras de la miseria y del desasosiego, el desamparo
            rían los árboles, arrancarían los arbustos, espantarían a los pájaros. Sobre aquel  y la amarga lucha silenciosa junto a miles de parias como él, aferrándose siem-
            paisaje  iban  a  volcar  tubos,  motores,  hombres  extraños  y  altas  torres  y,  por  pre a la esperanza de encontrar un día sin angustia.
            alguna herida profunda, la tierra vertería toda su sangre espesa y obscura. No   Las arrugas del rostro se comprimieron y la mano solitaria al borde de la cama
            quiso creerlo, el conuco era suyo, suyo el rancho y el paisaje, suyos los pájaros y el  crispose sobre el aire. El cigarrón volvió de nuevo por la claraboya zumbando
            barbecho perfumado... Allí estaban su sudor y sus sueños. Algunas caras rubias  con alegría. La sábana bajaba y subía con fatiga. Los párpados se abrieron y hasta
            bajo los sombreros de corcho sonrieron. Desde lo alto el sol quemaba vertical y  las pupilas llegó el punto luminoso y vibrante antes de que aquellos volvieran a
            violento.                                                              caer pesadamente.
               En los días siguientes Eugenia y él se dieron a sembrar, a sembrar con furia,   Allí estaba la tierra herida por metálicos tubos y conmovida por motores y
            con desesperación: ¿se atreverían a arrancar los retoños?              voces extrañas; allí estaba la tierra rota, ennegrecida.
               Sobre el flácido pecho la parda sábana subía y bajaba acompasadamente bajo   Las torres y los cables cruzaban el cielo dramáticamente, docenas de mechu-
            el sordo fuelle de la respiración.                                     rrios esparcían su humo lento y denso; allí estaba la tierra desconocida y despro-
               Aquella mañana un obscuro motor comenzó a rugir, los pájaros huyeron  vista de verdura, surcada por áridos caminos y presa entre torres y alambres.
            espantados y los gallinas se refugiaron en el rancho; Eugenia se puso a rezar   A lo lejos, a ras del horizonte, formábase una nube sombría, en tanto que
            mientras Rafaelito parloteaba indiferente, acomodado en su cesta. De pronto  volaban hacia el este inquietas aves obscuras; un aire denso comenzaba a mover
            llegaron varios hombres, con ellos estaba el comisario, este le mostró un papel y  las secas ramas de los pocos arbustos que aún quedaban en pie; por doquier
            lo conminó a ir hasta el pueblo. No quiso moverse de donde estaba, pero alguien  todo trepidaba al ronco golpe de un motor oculto.
            lo empujó hacia afuera… Eugenia lanzó un grito: ¿por qué lo vio todo rojo? ¿Por   El cigarrón era un punto que vibraba bajo el rayo de luz.
            qué blandió el hacha de mango reluciente? ¿Quién sonrió con sorna bajo un   Allí  estaba  la  tierra  crucificada  por  torres  y  mechurrios,  por  hombres  de
            sombrero de corcho y unos espejuelos de oro, mientras un golpe de luz ardía en  extraño lenguaje y ademanes imperiosos. Al fondo la nube sombría se tornaba
            el foete esgrimido por una mano cubierta de vellos pelirrojos? ¿Qué rugiente  más  plomiza  y  pesada.  Un  aire  húmedo  comenzó  a  correr  ondulante  sobre  el
            rebeldía lo cegó?                                                      polvo.
               Después, cuando era llevado a empellones oyó los gritos de Eugenia y el llanto   La sábana subía y bajaba marcando el débil flujo y reflujo de la respiración. La
            de Rafaelito. Los hombres comenzaban a tumbar el rancho mientras los trac-  fatiga era frágil y crujiente.
            tores, sordamente, invadían los surcos. Tuvieron que amarrarlo. Cerca de allí,   La nube obscura comenzaba a moverse; el viento húmedo arreciaba elevando
            impasibles, daban sus órdenes hombres extraños. El motor rugía sordamente.  pequeños  remolinos  de  polvo,  algunos  papeles  sucios  y  pequeños  desperdi-
            ¿Qué imprecaciones dijo? Cuando lo conducían impotente y de espaldas sobre  cios iniciaron un lento revoloteo. Sobre los ruidos de máquinas y motores y la
            un camión, volvió la cabeza y pudo ver cómo, al golpe del hacha, se doblegaba  inquietud de voces altas iba encendiéndose un extraño y sordo rumor.
            el viejo algarrobo arrastrando consigo los nidos de los arrendajos. Frente a sus   El viento arreciaba doblando sobre el suelo algunos arbustos, su rumor fuerte,
            lágrimas hirientes revoloteaban los pájaros desolados; más atrás comenzaba a  pesado, avanzaba sin dejarse, como si galoparan por el aire turbulentos potros
            levantarse una torre metálica y negra.                                 invisibles. El viento ya arrancaba hojas y pedruscos lanzándolos a una danza
               ¿Qué fue de Eugenia y Rafael? Ella estuvo en la vida, alguien se lo dijo. Luego  turbia y vertiginosa.
            una corriente turbia los arrastró hacia lo desconocido, bajo la obscura lluvia de   ¡La nube negra! Los techos de zinc comenzaron a crujir y en los filos de las
            las desgracias. Y el mundo inmenso se tragó sus huellas.               planchas  el  aire  raudo  resoplaba  produciendo  agudos  silbidos;  los  árboles  y
                                                                                   postes se estremecían ya con ritmo enloquecido mientras chocaban contra ellos
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