Page 309 - Soy tu voz en el viento
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su muerte puso triste a la alegría:
               los hijos: Efraín, Jesús Manuel Subero
               clara la mente y el corazón hermano;
               y siguen en la cuenta cabal de los servicios
               don Hermógenes Verde, redactor de las cartas y reclamos
               de los que no sabían ni leer ni escribir,
               Julián Sánchez, la hombría de bien llevada con un nombre.


               El acento cortante de notas de guarura
               dicen don Dámaso Villalba, médico y medicina
               para la gente enferma y sin dinero,
               los hermanos, los hijos, los sobrinos:
               Julián, Salvador, Jóvito el viejo, constructor de ágiles veleros
               que el hijo echó a la mar para buscar el corazón de Venezuela
               con Lucho a bordo, inseparable compañero.


               En poemas nacidos de tu sufridero atormentado
               nos llegan con salobres acentos remojados
               las voces de Rosauro y José Rosa Acosta.

               Con el silbido del viento entre las redes
               escuchamos los nombres de Prajedes Acosta, cosecheros de peces,
               que levantó faena y faeneros
               y se sembró distante en Guayacán,
               de Tilleros, Montaneres, Lunas, Garcías,
               Serras, Martínez, Guerras, Jorge Coll y Fana su mujer
               nobles hermanos de tristes y afligidos.

               Desde concha de parape con primor labrada
               José Nicolás monta la guardia de la artesanía.
               Y se desliza suave, con humilde latido,
               Ángel Noriega Pérez, un maestro del pueblo, generoso amigo.


               En la ola se van, trepan los montes
               los que son el latido y la canción,
               sus nombres son de todos, el Puerto los cobija
               noche con noche y en el quehacer premioso que consume la vida,
               en mi canto se quedan sin nombrarlos
               porque ellos son el hilo con que tejen los sueños
               red tupida de afectos donde todos se hermanan confundidos.


               VIII

               Atardece... En la indecisa luz el incendio se esfuma,
               tornan a sus nidales las aves pescadoras apaciguando el vuelo,
               en la quietud riman brisa y el mar su suave melodía.




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