Page 235 - Soy tu voz en el viento
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los hombros levantados en las amplias espaldas,
musculosos los brazos del remo al ejercicio,
clara la tez pintada con achote
que los negros cabellos recubrían,
las mujeres mostraban resistentes cinturas,
los senos rebosantes, los pezones erguidos,
manos propicias para los oficios
del barro, de las siembras y las recolecciones.
De silvestre algodón tejían sus redes.
El maíz de rumorosa espiga
le ofrecía sus mazorcas, sustento contra el hambre
y manantial de licores generosos
para las fiestas consagradas a la luna,
lámpara del cielo para alumbrar las noches
de las danzas rituales con genésicas orgías.
Paraguachoa es de olas recipiente sonoro,
unas junto a la playa se desmayan,
otras desafían el roquerío
pero todas de espumas florecidas
en apacible canto enarenado.
El bosque, el río, el mar, el alar en silencio
apaciguaron los trashumantes sueños
y se entregaron a labrar hachas, cuchillos de obsidiana,
a pulir en los huesos sus flautas armoniosas,
clarines de guaruras, collares de piedras y semillas
y a fabricar cayucos de la pesca
y las navegaciones a las playas distantes.
El sereno vivir lo interrumpían los caribes,
raza de agresivos luchadores
que vinieron de la selva intrincada de agua,
de los ríos tormentosos: Pilcomayo, Amazonas, Orinoco,
el río de la Obscurana en la maraña tensa,
caños de alimañas hirvientes:
los caimanes, la anaconda gigante, las pirañas,
el rugido del tigre en la espesura,
jaguares en los árboles,
aves que oscurecen el cielo con sus alas,
dantas, monos, chigüires,
el reino de las bestias sorprendidas,
Casiquiare entre rocas y lianas entrenzadas,
los saltos alevosos, los barrancos:
ciénagas y pantanos retardando los pasos.
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