Page 234 - Soy tu voz en el viento
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De ese surgimiento de las islas nació Paraguachoa
             de hirviente mar de peces y cantos de las aves
             de alas multicolores, y plantas de sequía,
             animales veloces sobre el quebrado suelo.


             Tunas, cardones, agrios de espinas,
             eran llamas de verde en el umbrío,
             lucían los robles su florecida copa
             mientras los acos daban su violeta encendida.
             Los olores del campo volaban en la brisa,
             de la aurora a la tarde el cielo abrillantaba
             los cerros, las lagunas.


             Paraulatas, turpiales, concertaban sus trinos
             con otros pájaros pobladores del bosque
             en un concierto agreste perdido en el espacio,
             las palomas zureaban al borde de sus nidos,
             las cascabeles movían las maracas alegres,
             regocijados retozaban venados y conejos
             mordiendo los retoños
             entretejidos con los cujisales
             sobre la tierra virgen de pisadas humanas.

             Corrían riachuelos rumorosos debajo de los puentes
             de ramas enlazadas de taguas, ceibas y jabillos
             crepitantes los frutos en el aire azulenco,
             sombreando el paisaje el guayacán tendía su fronda desbordante.

             La Isla era esmeralda encendida,
             paraíso arrullado por la onda marina que ofrecía
             su cosecha de lisas, jureles, carites y sardinas...


             Desde el Norte vinieron los hombres y pobladores,
             en un mar proceloso remaron noche y día.
             Llegaron a la orilla de esa tierra apacible;
             plantaron sus viviendas de ramas contra el viento.


             Se sembraron allí, tribu de los arawacos
             los fieles guaiqueríes,
             herederos del arte de fabricar cacharros:
             cántaros labrados impregnados de historias,
             vasos para la sed y caliente comida,
             cocida a fuego lento arrancado a las piedras.

             Iban todos desnudos como recién nacidos
             cuerpos de bronce ungidos de neblina.
             En la nudez lucía la espigada estatura,



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