Page 233 - Soy tu voz en el viento
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Al poeta Gustavo Pereira


               Rodaba el mundo enmudecido y solo,
               hirviente masa informe,
               calva la superficie de caliente textura,
               ni una brizna de verde se mecía en el viento
               ni trino ni rugido, risa o llanto,
               solo existía el silencio de inexistentes voces.


               La nebulosa misma, génesis constelado,
               era luz en la altura de sol incandescente,
               fluían estrellas: Orión, La Cruz del Sur,
               Las Cabrillas, cometas, luceros incontables...
               Nadie miraba el parpadeo del cielo.

               Eran inéditos los años infinitos,
               las tierras confundidas en rotonda de aire;
               nadie puede contarlo sino el planeta mismo
               en sus capas de greda, de piedra y lava fría.

               La noche, el día, corrían dislocados
               pisándose las huellas. La aurora y el crepúsculo
               eran solo momentos en un mismo proceso.
               El tiempo no tenía brida de relojes
               ni nada que pudiera señalar calendarios.
               No era tiempo de dioses de las cosmogonías,
               metáfora del hombre, confuso, en desconcierto.

               Las cosas y los seres carecían de nombre,
               la palabra esperaba para el vuelo sutil
               labios que la llevaran como sello del viento
               sobre la faz del mundo
               grabadura en la piedra.


               En ígneas convulsiones las centrífugas fuerzas
               trizaron en pedazos los bordes que rodaron
               cual navíos desarbolados en el íngrimo mar
               y quedaron ancladas frente a los continentes,
               como una flota inmensa. Las islas emergidas
               desde el alumbramiento estuvieron temblando muchos siglos.


               En miríadas de años se cuenta el enfriamiento,
               después fue el florecer, poblamiento de seres
               surgidos de la mar. El hombre fue postrero.
               De la amiba a la nube, del gusano a la flor;
               la gota temblorosa sobre el pétalo abierto
               era un mundo viviente desangrado en el iris.



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