Page 131 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa


              Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la trans-
              parencia de las fuentes y en la mirada de los niños y en las
              hojas secas.

              Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los
              men digos, y en el perfume del pan tierno y en las más
              humildes monedas.
              Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como
              el primer día de invierno en la escuela.
              Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita
              tristeza.

              Una vez la escucharon unos estudiantes americanos, y por
              la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.

              Y es que cuando Jenny cantaba, era el amor de Hans lo
              que cantaba en ella.
              Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo
              de vuelta.

              Y fue a ver a su Jenny y la encontró sentada, juntas las
              manos, en la actitud tranquila de una muchacha ciega.

              Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente her-
              mosos como ella.
              Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de es-
              puma y en la llegada del otoño y en el color de las frambuesas.
              Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos
              y en las más humildes monedas.

              Porque verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como
              cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el
              Ruiseñor de Suecia.



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