Page 91 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
                  Durante mucho tiempo las formas de manifestación de la sen-
                  sibilidad y de las creencias de los aborígenes americanos fueron
                  descartadas en los balances de nuestra historia cultural, pues se
                  les consideraba como expresiones de primitivismo y de barbarie,
                  siempre desde las perspectivas diseñadas por los poderes de la
                  conquista que veían en las comunidades indígenas unos colecti-
                  vos amorfos, sin raíces ni huellas que merecieran conservación.

                  Nuestro amigo, profesor, ensayista y estudioso de las cultu-
               ras indígenas quiso pormenorizar el lento y dramático ascenso
               de esos pueblos al respeto y reconocimiento de sus culturas en
               el concierto de las llamadas “sociedades industrializadas”. Detié-
               nese Rodríguez Carucci, en el umbral del prólogo que escribiera
               en su más reciente libro El dardo y la palabra: “Poesía indígena
               de nuestra América” (Fundación Editorial El Perro y la Rana, del
               Ministerio del Poder Popular para la Cultura), en la valoración
             [ 90 ]  literaria de sus lenguas, cuya oralidad ha sido transcrita a sus pro-
               pias gramáticas y conservadas sus voces gracias a la tecnología.
               “No sería justo —y menos en esta era audiovisual y casi postal-
               fabética en que empezamos a vivir— que olvidemos las fuentes
               no escritas”, observa el historiador español Céspedes del Castillo,
               citado por el prologuista.
                  A fin de ilustrar nuestra muy varia y muy rica poesía indígena,
               el libro a que hacemos referencia reúne testimonios poéticos de
               los nahuatls, los mayeneses, los quechuas, guaraníes, los wayuú,
               los piaroa y los pemones de Venezuela, vertidos al español por los
               mismos indígenas y por los estudiosos de su lingüística, no pocos
               de ellos enraizados por la sangre y la palabra a sus culturas, como
               Ángel María Garibay, Guamán Poma de Ayala, Edmundo Ben-
               dezú Aibar. Destaca la versión que Augusto Roa Bastos (quien
               dominara con amplitud el guaraní), el canto a Ñanderovusú, el
               Gran Padre Brillante: “Todo esperaba el nacimiento del principio/
               en una concentración de fuerzas atropellándose/ desde atrás hacia
               delante,/ en un remolino obscuro/ bajo las alas membranosas/ de






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