Page 87 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               tanto quería y de François Villon, en quien tanto creía, contem-
               poráneos de motivación, novísimos de lenguaje.
                  La Cultura,  subrayada  con mayúsculas, puesto que nunca
               la entendió de otro modo que no fuera planetaria, totalizadora,
               como cosecha del saber y de la vivencia, colman las páginas de sus
               manuscritos difundidos por la Fundación que lleva su nombre a
               fin de cederle un lugar de excepción en la nombradía literaria.
                  Hace no pocos martes glosaba yo la lectura de una de sus
               obras más señeras, la de sus Estudios grecolatinos y otros ensayos
               literarios. Hoy, a escasos días de su aparición, termino de transitar
               por su poética, cuyo título, La aldea sumergida, evoca la muerte
               por agua de su casa natal. De nuevo, como lo hiciera con ocasión
               del ofrecimiento de los Estudios grecolatinos y otros los ensayos
               literarios, suscribe el prefacio Gabriel Jiménez Emán, hijo de su
               sangre y de sus dones. En él nos avisa que el libro habla de pája-
               ros, de animales y cabras (entiéndase criaturas del desierto), y de
             [ 86 ]  árboles y sobremanera del cují y el dividive (fronda de las arideces
               espinosas), la aldea y sus almas vivas y enterradas, el fuego fatuo
               de la noche y el fuego fausto del mediodía, la infancia y la tristeza,
               la de los buenos días y el adiós.
                  Inclúyense en  el volumen las memorables  traducciones de
               Jiménez Sierra de Prudhomme, Ronsard, Verlaine (sin duda su
               predilecto), Mistral (tan campesino como todo poeta, afirmaría
               Wallance Stevens), Horacio (sobre todo el de las “odas al campo”),
               Pierre Louys (tan afín a su sensualidad), Cristodoro de Coptos
               (por estatuario en la épica), Coppé (por crístico), Victor Hugo
               (por abarcar lo eterno en La leyenda de los siglos) y José María
               Heredia, el cubano de Francia. Octavio Paz rindió tributo a la tra-
               ducción que realizara el gran larense de Los trofeos heredianos en
               una misiva dirigida a Gimferrer que de seguidas leo:


                  Hace años recibí una traducción de cincuenta y pico de sonetos
                  de Los trofeos, hecha por Elisio Jiménez Sierra. No lo conozco
                  pero después de leer su traducción lo estimo. Es una traducción






       Lectura comun heterodox   86                                    13/4/10   12:35:24
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