Page 83 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
                  No sé cuántos jóvenes escritores le deben su celo de maestro,
               su condición de vigía de talentos. La misma dedicación profesa
               por los excluidos de la memoria literaria, a los que exhuma de la
               sombra en detenidos ensayos críticos a modo de retaliación ante
               la injusticia de que son objeto.
                  Una lectura de su libro El azogue ubicuo, esbozos y ejercicios
               críticos ofrece la Universidad del Zulia en sus ediciones del Vice-
               rrectorado. Ella revela esa impronta justiciera. Lo prueban sus
               insistentes análisis a la obra poética de Lydda Franco Farías con
               quien tanto quiso y por quien tanto hizo para que fuera recono-
               cida en el Zulia y en Venezuela. “Tenemos a Enrique Arenas por
               escrito, después de tantas décadas en conversas y sorprendentes
               interpretaciones orales suyas en aulas o en cualquier otro espa-
               cio”, observa Carlos Ildemar Pérez en el prefacio del volumen.
                  De lecturas de poeta y de poemas versa su discurso de orden
               que le oyéramos y aplaudiéramos en la III Bienal Nacional de Lite-
             [ 82 ]  ratura Ramón Palomares de Trujillo, y a modo de adenda pro-
               pone una lectura temática de la poesía venezolana contemporá-
               nea, aquella que estima iniciadora y prolongadora de no pocas
               corrientes poéticas de la poesía actual.
                  Bello y la conciencia del lenguaje llama a su elogio del gra-
               mático y de su invitación a privilegiar la región como universa-
               lización de la naturaleza y de la historia suramericana. El camino
               de las “silvas” le promete la lectura de Gerbasi y de Canoabo, la
               aldea carabobeña que queda en el cosmos. La poesía “como inda-
               gación”, la que “reta lo fugaz, la realidad que se carcome y huye”,
               reclama a Ida Gramcko. He aquí su propuesta en aquellos años
               cincuenta donde la poesía se apegaba en demasía a la figuración, a
               la emoción simple: “Desde el uno que somos se presiente/ el cero
               anónimo que aguarda/ como un oscuro huésped/ sin instancia”.
                  Arenas se niega a privilegiar sólo a los poetas venezolanos de
               nombradía. Con pareja distinción presta su atención a aquellos
               que han sido relegados por la retórica del entrecomillado de lo
               novedoso. José Antonio Castro es uno de ellos, al que consagra






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