Page 76 - Lectura Común
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La lectura común Por el ojo de la letra
—está escrito de nuevo— la cara del monte, el paisaje verde,
debajo de las viejas cuencas”, hasta que llego a la página última,
allí donde dice El hachador y no puedo dejar de leerlo en alta voz
como ahora, como en este instante:
La piedra de amolar se fue hundiendo por donde pasaba la cara
del hacha que Marejo afincaba con fuerza todas las mañanas. La
mano grande tanteaba el filo de la herramienta que como arista
de luna nueva quedaba lista para la brega. El hombre con el pecho
ancho se llevaba las casas de las telarañas que guindaban por el
camino bordado de arestines. Se sabía cuándo Merejo llegaba al
corte por el eco lejano del hacha que chocaba contra la montaña
de Jobo Dulce. El diente muerde hasta llegar al corazón del cedro
que a poco se desploma ante la mirada mansa. De esto hace unos
cuantos años cuando el hombre no podía con la montaña, porque
si talaba el árbol nacían dos, y las piedras de amolar quedaban en
los patios con una zanja en el centro como huella imborrable del [ 75 ]
tiempo.
Entonces, no más termino de leer, como acabo de hacerlo,
este texto admirable, le pregunto a Salvador Lara si acaso conoce
A dos palmos apenas, de Efraín Hurtado, y me dice que no, que
nunca, y ambos nos juramos devolverlo del olvido junto con el
suyo porque ambos libros son el mismo llano, la misma inmen-
sidad en una escritura de apenas ocho o doce líneas, desde aquí,
desde la página ocho de sus cuentos hasta el infinito.
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