Page 75 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
páginas y detenido en una de ellas, aquella titulada Tierra sin sol
en donde en sólo quince líneas el ajetreado oficio del llanero y la
vastedad de su tierra quedan sintetizados en una escritura que
los contiene sin reclamar desmesura verbal alguna, como que el
desprecio por la sobreabundancia narrativa constituye la idea fija
de Tierra sin sol. Confieso que había dejado para otra ocasión la
lectura de los textos restantes que integran el libro Cuentos del
monte, editado por el Cenal, el Centro Nacional del Libro y la Aso-
ciación Civil AEG guariqueña. El azar de mi encuentro con Salva-
dor Lara vino en mi ayuda. Volví así a sus sabanas tucupiteñas,
me entré en sus recuerdos de suelo fragoso, sus hombres de cuero
y cuchillo, con olor a potro cerrero y a sudor de vaquería, regresé
a sus pájaros, a sus lagunas y escuché la porfía de la tempestad,
vi alborotarse el monte con los ventarrones de marzo, la candela
quemaba el aire, como en el pecho el deseo de mujer, alguien
casaba un gallo con pico de puñal y navaja en las espuelas, la lluvia
[ 74 ] pasaba meses ahogando la sombra de los jinetes y el mundo, había
alguien que cantaba como los pájaros, un samán bastaba para que
la inmensidad del recuerdo cupiera en su sombra y vino la muerte
que “le puso la cara afilada a un hombre llanero llamado Bigote”,
y “de cerca —vuelvo a leer— parecía que hablaba con las ánimas”,
sin haber tenido tiempo para afeitarse en su viaje al más allá, por-
que —me dice Salvador Lara— “en el llano los hombres que mue-
ren no se afeitan” y la luna alumbraba como si fuera mediodía, la
tiniebla oscurecía como si todo fuera el fin, volaban las mariposas
desde la infancia y la escritura las atrapaba “lamiendo —¿verdad
Salvador?— el corazón de las cayenas”; entretanto el tiempo se
echaba más para atrás, una calle andaba de noche bajo los bombi-
llos lagañosos y sin esquinas porque la soledad vivía sola por más
que la ebriedad y el amor intercambiaran gritos y susurros, y cun-
día la loción del limonero y una casa se paraba a mirar la llanura
sobre una tierra blanca, el viento frío —está escrito en la página
veintiséis— venía de la lejura y “un cielo (era) cenizoso como un
sombrero grande” y la lluvia se enflaquecía, era delgadita, “mojaba
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