Page 51 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               a solitaria confesión de amor sin noche colectiva, sin luna en la
               calle, sin vecindario. Con voluntad y emoción convidó a los sere-
               nateros de leyenda y a los de reciente nombradía a despertar con
               melodías y versos al día que duerme en la causante de nuestro
               desvelo.
                  El primer invitado de excepción fue el maestro Alirio Díaz,
               quien se confesara guitarrista de serenatas, allá en su juventud de
               la Candelaria, el villorrio del yermo de la Otra Banda, el vecino
               vallado caroreño, donde naciera y probara sus dones y sensibili-
               dad en el arte órfico.
                  Para realzar esa fiesta de cuerdas y poemas, cumplió alianza
               con el 5to. Festival Mundial de Poesía y apenas concluida esta
               quiso que Gustavo Pereira, el poeta homenajeado en ese encuen-
               tro de los poetas de Venezuela y el mundo, y Ramón Palomares,
               la figura señera de la poesía de habla hispánica, holgaran de esa
               compañía de baladistas en su viaje por las ventanas en busca de
             [ 50 ]  unos ojos y una sonrisa, causa y razón del ritual cantado.
                  A Carora acudieron nuestros altos poetas, a ellos siguieron
               otros de distintas distancias, no pocos entre ellos empuñando sus
               guitarras o probando sus gargantas.
                  La canción y la poesía habitaron la Casa del Centro de Diver-
               sidad Cultural y las calles y casas de Carora. Y no sólo se escu-
               charon las guitarras y los cantores, como lo hiciera el dúo de los
               trovadores caroreños Ismael Querales o Guillermo Jiménez Leal,
               entre tantos otros; con igual frecuencia se oyó la palabra de los
               homenajeados. Hubo entonces, sentimiento y pensamiento; y fue
               posible aunar espíritus por lo común distanciados o enfrentados
               por el disenso más vario. En esas horas el país posible fue real,
               fue uno e indistinto. El abrazo, el contentamiento, la admiración
               y hasta el amor lograron lo que parecía ilusión, lo que se creía nos-
               talgia remota.
                  Una tarde, el gran Alirio Díaz nos condujo a su aldea desértica.
               Abrió las puertas de su casa de barro y techo de jacho, esa fibra del
               cardón que resiste a todas las intemperies. Vimos la pobreza de su






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