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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              colaborando en el gobierno. Guesde y Sembat formaron parte del minis-
              terio. Los jefes del socialismo y del sindicalismo sostuvieron mansa-
              mente  la  política  de  la  unión  sagrada. Algunos  sindicalistas,  algunos
              revolucionarios,  opusieron,  solos,  aislados,  una  protesta  inerme  a  la
              masacre.
                 El  Partido  Socialista  y  la  Confederación  General  del Trabajo  se
              dejaron  conducir  por  los  acontecimientos.  Los  esfuerzos  de  algunos
              socialistas  europeos  por  reconstruir  la  Internacional  no  lograron  su
              cooperación ni su consenso.
                 El armisticio sorprendió, por tanto, debilitado, al Partido Socialista.
              Durante  la  guerra,  los  socialistas  no  habían  tenido  una  orientación
              propia. Fatalmente, les había correspondido, por tanto, seguir y servir la
              orientación de la burguesía. Pero en el botín político de la victoria no les
              tocaba parte alguna. En las elecciones de 1919, a pesar de que la mare-
              jada revolucionaria nacida de la guerra empujaba a su lado a las masas
              descontentas y desilusionadas, los socialistas perdieron varios asientos
              en la Cámara y muchos sufragios en el país.
                 Vino, luego, el cisma. La burocracia del Partido Socialista y de la
              Confederación General del Trabajo carecía de impulso revolucionario.
              No  podía,  por  ende,  enrolarse  en  la  nueva  Internacional,  Un  estado
              mayor de tribunos, escritores, funcionarios y abogados que no habían
              salido todavía del estupor de la guerra, no podía ser el estado mayor de
              una revolución. Tendía, forzosamente, a la vuelta a la beata y cómoda
              existencia de demagogia inocua y retórica, interrumpi da por la despia-
              dada tempestad bélica. Toda esta gente se sentía normalizadora; no se
              sentía  re volucionaria.  Pero  la  nueva  generación  socialista  se  movía,
              por el contrario, hacia la revolución. Y las masas simpatizaban con esta
              tendencia. En el Congreso de Tours de 1920 la mayoría del partido se
              pronunció por el comunismo. La minoría conservó el nombre de Partido
              Socialista. Quiso continuar siendo, como antes, la S.F.I.O. (Sección Fran-
              cesa de la Internacional Obrera). La mayoría constituyó el partido comu-
              nista. El diario de Jaurés, L’Humanité, pasó a ser el órga  no del comunismo.
              Los más ilustres parlamentarios, los más ancianos personajes, perma-
              necieron, en cambio, en las filas de la S.F.I.O. con León Blum, con Paul
              Boncour, con Jean Longuet.


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