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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              su personalidad histórica. Una vez que los obreros se independizaron,
              una vez que el Labour Party entró en su mayor edad, concluyó la función
              histórica del Partido Liberal. El espíritu crítico y revolucionario del libe-
              ralismo trasmigró del Partido Liberal al partido obrero. La facción, escin-
              dida primero, soldada después, de Asquith y Lloyd George, dejó de ser el
              vaso o el cuerpo de la esencia inquieta y volátil del liberalismo. El libe-
              ralismo, como fuerza crítica, como ideal renovador se desplazó gradual-
              mente de un organismo envejecido a un organismo joven y ágil. Ramsay
              Mac Donald, Sydney Webb, Phillipp Snowden, tres hombres sustantivos
              del ministerio laborista derrotado en la votación, proceden espiritual e
              ideológicamente de la matriz liberal. Son los nuevos depositarios de la
              potencialidad  revolucionaria  del  liberalismo.  Prácticamente  los  libe-
              rales y los conservadores no se diferencian en nada. La palabra liberal,
              en su acepción y en sus usos burgueses, es una palabra vacía. La función
              de la burguesía no es ya liberal sino conservadora. Y, justamente, por
              esta razón, los liberales ingleses no han sentido ninguna repugnancia
              para conchabarse con los conservadores. Liberales y conservadores no
              se confunden y uniforman al azar, sino porque entre unos y otros han
              desaparecido los antiguos motivos de oposición y de contraste.
                 El antiguo liberalismo ha cumplido su trayectoria histórica. Su crisis
              se manifiesta con tanta evidencia y tanta intensidad en Inglaterra, preci-
              samente porque en Inglaterra el liberalismo ha armado a su más avan-
              zado estadio de plenitud. No obstante esta crisis, no obstante su gobierno
              conservador, Inglaterra es todavía la nación más liberal del mundo. Ingla-
              terra es aún el país del libre cambio. Inglaterra es, en fin, el país donde las
              corrientes subversivas prosperan menos que en ninguna parte y donde,
              por esto, es menor su persecución. Los más incandescentes oradores
              comunistas ululan contra la burguesía en Trafalgar Square y en Hyde
              Park, en la entraña de Londres. La reacción en una nación de este grado
              de democracia no puede vestirse como la reacción italiana, ni puede
              pugnar por la vuelta de la feudalidad con cachiporra y camisa negra. En
              el caso británico, la reacción es tal, no tanto por el progreso adquirido,
              que anula, como por el progreso naciente, que frustra o retarda.
                 El  experimento  laborista,  en  suma,  no  ha  sido  inútil,  no  ha  sido
              estéril. Lo será, acaso, para los beocios que creen que una era socialista


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